Dice Brecht: “La verdad debe decirse pensando en sus consecuencias sobre la conducta de los que la reciben. Hay verdades sin consecuencias prácticas. Por ejemplo, esa opinión tan extendida sobre la barbarie: el fascismo sería debido a una oleada de barbarie que se ha abatido sobre varios países, como una plaga natural. Así, al lado y por encima del capitalismo y del socialismo habría nacido una tercera fuerza: el fascismo. Para mí, el fascismo es una fase histérica del capitalismo, y, por consiguiente, algo muy nuevo y muy viejo.”
Es sin duda tentador el ingresar al análisis del ejemplo que Brecht da, pero conviene recordar que es un ejemplo. Importante, sin duda alguna, pero ejemplo.
La raíz de la cuestión, a mi entender, estriba en que para decir una verdad, o aquello que uno presume como verdad, debe tenerse en cuenta tanto los aspectos actuales de la cosa cuanto más su génesis y en esta, no “olvidar” detalles a veces no beneficiosos para la carga que pretendemos darle al asunto tratado. Conocer su circunstancia, haber sabido mirar en derredor de la supuesta verdad para ver si hallamos en algún recoveco, trazos que no sólo la invaliden sino contradigan en su propia esencialidad. No dejarnos atropellar por lo supuesto, por lo aparentemente obvio. Darnos tiempo. Y distancia.
Es decir, texto y contexto, pasado y presente, bien como sujeto que dice y sujeto que la escucha además de los que en una u otra medida, se encuentran comprendidos por la misma. Qué queremos decir y a quién va dirigido y de las implicancias que, para ambos, tendrá la explicitación de la cuestión. Sus consecuencias.
Dice Brecht, en otro pasaje de nuestro tercer paso hacia la verdad, lo siguiente: “Los que ignoran la verdad se expresan de un modo superficial, general e impreciso.” Y es que quizá sea la tarea más ardua aquella que emprendemos cuando de ser veraces se trata.
Porque la cuestión no empieza con la enunciación del asunto sino con el estudio, a cabalidad, del asunto. Y de sus connotaciones. De sus implicancias. Del rigor mismo que apliquemos a nuestro método deductivo, pero antes, de la seriedad con que procuremos los datos que, ingresados a nosotros como información, a posteriori, y reflexión mediante, se traducirán en nuestro conocimiento, aquel desde el cual nos atrevamos a proferir, a exteriorizar nuestro parecer ante otro u otros, sabiendo que con ello estamos desatando el nudo de algo que luego tendrá sus propias derivaciones.
Y desde ahí, a su tiempo y modo, esos actos que nosotros dimos y luego olvidamos al atender la mar de cuestiones cotidianas que vamos generando, tendrán sus propias repercusiones que de un modo u otro, habrán de presentársenos, en variada resultante y en unos tiempos igualmente ajenos ya a nuestro control y conocimiento.
Por ello, creo yo, Brecht exige -y se exige- rigor intelectual. Aquella clase de rigor que no sólo se halla en el modo de búsqueda de información sino en el proceso mismo de reflexión que luego tengamos. Puesto que el rigor se percibe toda vez que abarquemos las diferentes aristas de la cuestión, incluso aquellas que son contrarias a nuestro modo de ver las cosas.
Convengamos en lo siguiente: al hablar de rigor, me refiero también y primeramente, al respeto superior que tanto el otro cuanto la acción misma, propia o ajena, debe despertarnos y a partir de cuya condición de existencia habremos de proceder seguidamente.
Luego, el rigor del que hablo no es la mera propensión a dar un trato acabado a la cuestión motivo de consideración sino, reitero, rigor ético, acorde a los principios que rigen las conductas de los hombres libres cuya única limitante a la libertad es, ciertamente, la propia libertad del otro hombre. Y al hablar del hombre no hago distingo de género alguno sino que me refiero, naturalmente, al ser humano, sea varón o mujer.
Y así, con este talante, con rigor intelectual que es otro nombre para la probidad de una persona en sociedad, en comunidad, en relación responsable con los otros, ir en busca de una verdad, asumiendo implícitamente las consecuencias que tanto la búsqueda como su hallazgo y explicitación, su propia exteriorización, tendrán.
Pero en este paso, dice más el dramaturgo alemán: “El fascismo no es una plaga que tendría su origen en la “naturaleza” del hombre. Por lo demás, es un modo de presentar las catástrofes naturales que restituyen al hombre su dignidad porque se dirigen a su fuerza combativa. El que quiera describir el fascismo y la guerra –grandes desgracias, pero no calamidades “naturales”- debe hablar un lenguaje práctico: mostrar que esas desgracias son un efecto de la lucha de clases; poseedores de medios de producción contra masas obreras. Para presentar verazmente un estado de cosas nefasto, mostrad que tiene causas remediables.”
Y termina afirmando lo siguiente: “Cuando se sabe que la desgracia tiene un remedio, es posible combatirla.”
¿Cuántas veces han pretendido hacernos creer que determinadas cosas, el llamado “mal” por ejemplo, es connatural al hombre?
¿Cuántas veces han intentado pasar por natural lo que es producto del hombre mismo, de su mezquindad, de la ausencia de reflexión moral a la que se llega por vía de renunciar a nuestra propia identidad?
¿Cuántas veces han intentado y hemos intentado mirar para un costado a determinadas “verdades”, esas pruebas lacerantes de la hediondez del hombre pretendidamente racionalista, en realidad de una razón instrumental, que se diosifica, luego dogmatiza, deviene en una razón patológica de igual signo que todo otro fanatismo sea pues religioso o ideológico?
¿Qué ha sido el fascismo –y lamentablemente sigue siéndolo en no pocas partes del mundo, algunas muy cercanas- sino la expresa renuncia de hombres y mujeres a ser libres, a osar ser libres al dar su anuencia, tácita las más de las veces a un líder, a un supremo, con lo que esto conlleva de riesgo y de dolor pero sin cuyo concurso aquel que reina no tendría posibilidad alguna de entronizarse en el poder?
¿Es esto rehuir desde el ejemplo citado por Brecht respecto del fascismo como corolario del capitalismo o es buscar ir más adentro de la condición humana y establecer que el hombre como la mujer que no busca la libertad termina por conculcarla, quebrarla en su raíz?
El hombre libre tiene también su cono de sombra y es ese espacio al que nos negamos llegue la luz por considerar más ventajoso –por menos trabajoso- acallar nuestra conciencia. Es más fácil mirar a un costado y tapar nuestros oídos, que ver las iniquidades y escuchar los gritos de los otros. Hasta que el mal llega también al hombre-que-se-cuida y lo cubre. Y lo oscurece.
Hay que decirlo con claridad: el hombre comienza a perder su libertad cuando renuncia a afirmarla. Y lo hace desde el preciso momento que apoya su razón en la de otro hombre.
Es, entonces, el preciso momento en que cesa su facultad de pensar críticamente en aras de “aceptar” las convenciones sociales, el llamado “sentido común”, el arbitrio de otros, aquellos supuestos superhombres. Ahí ya está el hombre cosificado, vaciado de sustancia, de identidad pues las ha depositado o dado a un líder.
Es cuando aparece, con fuerza, el superhombre, ese pequeño animal de cuyas fauces provienen los gritos y alaridos que la razón da cuando adquiere rasgos patológicos.
Esos superhombres, los iluminados, los “supremos”, los “llamados” a “conducir” a los pueblos, toman para sí la justicia y el modo de dar y dictar justicia. Pero la toman porque los de a pie se la dan, de a uno y en muchedumbre pero se la dan. Y se da cuando hubo un proceso en el que todos fuimos corresponsables en perder el espíritu crítico que debe animar, necesariamente, a una comunidad que haga o pretenda hacer, de la democracia participativa, luego de la responsabilidad social con un marco de principios que les permitan operar desde el básico e insoslayable respeto al otro.
Y la noche del hombre llega al hombre y entonces sí, como dijera Brecht, el destino del hombre es el hombre, la condición animal puede sobre la racional. Lo animal sobre lo racional. Y lo humano comienza a fenecer.
Por eso me cuido de abogar por una razón endiosada. Yo no creo en la diosa Razón, antes bien yo creo en la razón como método, junto con la alta sensibilidad, para que el hombre, para que usted, como yo y aquel, arribemos a un mañana pleno en dignidad y respeto. Hablo, entonces y una vez más de la razón sensible.
Porque si hay algo que recordar, y muchas veces nosotros los varones nos sonrojamos de sólo pensarlo, es que entre la razón, el instrumento, y la sensibilidad, la “repercusión” del buen uso de tal instrumento, se encuentra, en el centro mismo de nuestras vidas, el amor. En sus variadas manifestaciones. Pero sin el amor no hay razón que valga para poder hacer que lo humano prevalezca sobre lo animal, en complementaria armonía, pero esté presente en todos nuestros actos, interiores como exteriores. Puesto que en la pasividad también hay –vaya que si la hay- acción.
Descreo de los dioses, de todos. Y sin embargo, apelo a mi religiosidad, al sentido que lo trascendente tiene para mí y que puedo hallar en el aquí y en el ahora de las acciones comunes de hombres y mujeres comunes.
Qué importante el que podamos asumir, reflexiva, luego críticamente, que a la verdad se llega por la vía de la autenticidad y de la probidad moral e intelectual. Con responsabilidad. Y esto vaya si será tarea difícil y también no exenta de dolor, del dolor que conlleva el propio aprendizaje a ser libre, comenzando por atrevernos a conocernos a nosotros mismos en relación a nuestra actitud para con los otros.
Bertolt Brecht fue un hombre humano que hizo de la razón sensible su método de vida y que, cuando hubo que aplicar el instrumento primero de la misma, la duda razonable, lo hizo y se atuvo a las consecuencias, dando un viraje en el sentido de lo humano, alejándose del supuesto facilismo que da el estar a la vera del poder.
Es por eso que intentamos andar los pasos que él mismo anduvo. En libertad. Con solidaridad y equidad.
Estamos apenas a dos pasos de enfrentarnos a la verdad, o quizá sea mejor decir a lo verdadero para que nadie crea uno pretende totalizar la cuestión que atiende a la vasta gama de situaciones alejadas de nuestra común comprensión, en una única verdad, imposible en si misma.
Así, pues, visitamos este cuarto movimiento de la mano del dramaturgo alemán quien, escueta pero intensamente, así se manifiesta: “Un hábito secular, propio del comercio de la cosa escrita, hace que el escritor no se ocupe de la difusión de sus obras. Se figura que su editor, u otro intermediario, las distribuye a todo el mundo. Y se dice: yo hablo, y los que quieren entenderme, me entienden. En la realidad, el escritor habla, y los que pueden pagar, le entienden. Sus palabras jamás llegan a todos, y los que las escuchan no quieren entenderlo todo.”
Para agregar de inmediato que:“Sobre esto se ha dicho ya muchas cosas, pero no las suficientes. Transformar la “acción de escribir a alguien” en “acto de escribir” es algo que me parece grave y nocivo. La verdad no puede ser simplemente escrita; hay que escribirla a alguien. A alguien que sepa utilizarla. Los escritores y los lectores descubren la verdad juntos.”
Vamos viendo algo más que letras, mucho más que palabras concatenadas al estar ante el tramo superior de un mensaje vital.
Atendamos a lo que falta decir: “Para ser revelado, el bien sólo necesita ser bien escuchado, pero la verdad debe ser dicha con astucia y comprendida del mismo modo. Para nosotros, escritores, es importante saber a quién la decimos y quién nos la dice; a los que viven en condiciones intolerables debemos decirles la verdad sobre esas condiciones, y esa verdad debe venirnos de ellos. No nos dirijamos solamente a las gentes de un solo sector: hay otros que evolucionan y se hacen susceptibles de entendernos. Hasta los verdugos son accesibles, con tal que comiencen a temer por sus vidas. Los campesinos de Baviera, que se oponían a todo cambio de régimen, se hicieron permeables a las ideas revolucionarias cuando vieron que sus hijos, al volver de una larga guerra, quedaban reducidos al paro forzoso.”
No satisfecho nuestro pensador con obsequiarnos cada vez más y mejores datos, otorga ahora, otra tonalidad para su mayor y más clara definición:“La verdad tiene un tono. Nuestro deber es encontrarlo. Ordinariamente se adopta un tono suave y dolorido: “yo soy incapaz de hacer daño a una mosca”. Esto tiene la virtud de hundir en la miseria a quien lo escucha. No trataremos como enemigos a quienes emplean este tono, pero no podrán ser nuestros compañeros de lucha. La verdad es de naturaleza guerrera, y no sólo es enemiga de la mentira, sino de los embusteros.”
Decir las cosas por su nombre y decirlas no mientras miramos a la nada sino hacia una persona, es la manera que tienen las personas responsables de afrontar la vida y la libertad.
Cuando habla de buscar un tono, estimo que se refiere indudablemente no sólo a lo modal, a la manera de decirlo, sino a la fuerza que nos anime para hacerlo buscando siempre expresarnos con sinceridad al tiempo que procuramos que aquellos a quienes nos dirigimos sepan interpretar nuestro mensaje en tanto esté desprovisto de adornos o desvíos tan innecesarios como contrarios a la efectiva tarea que nos comprende. Que parte de nosotros en un lenguaje tan claro como profundo y abierto a la comprensión del diferente. Que no sea proferido, pues, desde y para nuestro ego, en un circuito cerrado al cual la otra persona jamás podrá, evidentemente, acceder y menos entender.
Por eso es que, a renglón seguido, Brecht habla del valor o del arrojo que hay que tener para atreverse a ser veraz de forma tal que aquellos a quienes va dirigida la interpreten como es, a pesar que en el camino nos indispongamos con los supuestos custodios del sentido común, de la verdad revelada.
Si nos toca tal situación que la misma sobrevenga no por nuestra prepotencia sino por el hecho mismo de la acción a que tiene el derecho, y el deber, una persona íntegra, de tomar para así, al proceder, desde el respeto, como entiende debe ser, reitero, el proceder responsable de un hombre como de una mujer libre.
Ser veraces, tener el coraje de decir lo que tiene que ser dicho a quienes deben escucharlo, pues el mensaje debe llegar a todos, ser compartido. Se trata de alejarnos del embuste, desentendernos de los reptiles que usualmente medran cerca de los poderosos, buscando servir a la verdad oficial en aras de su propio y mezquino beneficio. Y en mérito de esa supuesta verdad única, silencian, apagan, esconden las verdades de a puño que laceran la vida de los ciudadanos de a pie. Vidas que muchas veces, hasta con cierto desagrado, preferimos no mirar y menos aun considerar como parte de nuestra propia circunstancia vital. Que lo es.
Quien tome por oficio el escribir, como el pensar, y luego lo vierta en palabras escritas y/ o habladas, debe tener altura para hacerlo. Es decir, debe permanecer erguido y no caer en la tentación en la que incurren los mediocres, de agachar el lomo y su espíritu buscando que por la adulación o la retórica puedan servir a los mandamases de turno. Por citar un ejemplo de nuestra época, los comunicadores sociales, los sacerdotes de los telediarios, tele informativos como los de la prensa oral y escrita. Ciertamente los hay decentes y no pocos pero también, convengamos, los hay de éstos. No.
Hay que atreverse a ser persona. Salir de la animalidad, mejor dicho, superarla por vía de sabernos responsables en la correlación de hechos que nuestras respectivas comunidades tienen para sí y expresan desde sí.
Saber escribir o saber hablar no es tener el don de la pluma o de la palabra oralizada, sino, creo yo, tener además del dominio del verbo, el valor primero e indeclinable de ser fieles a nuestros principios. Dije fidelidad y no ceguera ante los mismos, sino que se trata, al menos eso creo yo, de tenerlos con uno para confrontarlos permanentemente ante las situaciones que las vida presenta a nuestro paso. También se trata de saber acallar el soliloquio interior –propio de arlequines y bufones- al permitirnos, hoy sí y mañana también, que nuestra conciencia moral dialogue en la interioridad de nuestro espíritu y que si fallamos, sepamos corregirnos. Pero siempre a cara descubierta y en el descampado. Que el viento golpee nuestro rostro pero nunca nuestra cerviz.
Ser veraces pues, convengamos, es comenzar a ser humanos.
Falta un solo paso para presentarnos ante la verdad. Se trata tanto de darlo como de merecerlo.
Hemos visto el valor, la inteligencia, la confianza y nos resta visitar la astucia para difundir la verdad, tal cual los pasos que diéramos siguiendo al pensador alemán Bertolt Brecht, quien culmina el cuarto paso afirmando que: “La verdad es de naturaleza guerrera, y no sólo es enemiga de la mentira, sino de los embusteros”
A su vez, comienza el quinto indicándonos cómo Confucio cambió sustancialmente la concepción de la historia al incorporar, por un ejemplo que cito a continuación, a la astucia. Y Brecht nos lo dice así: “Confucio alteró el texto de un viejo almanaque popular cambiando algunas palabras: en lugar de escribir el maestro Kun hizo matar al filósofo Wan, escribió: el maestro Kun hizo asesinar al filósofo Wan, reemplazó la palabra muerto por ejecutado, abriendo la vía a una nueva concepción de la historia”.
Cita Brecht a continuación otro ejemplo: cuando en lugar de escribir pueblo se escribe población y tierra por propiedad rural. Con lo que se niega, agrega, a acreditar algunas mentiras, privando a algunas palabras de su magia.
Dice: “La palabra ´pueblo´ implica una unidad fundada en intereses comunes; sólo habría que emplearla en plural, puesto que únicamente existen ´intereses comunes´; entre varios pueblos. La ´población´ de una misma región tiene intereses diversos e incluso antagónicos. Esta verdad no debe ser olvidada. Del mismo modo, el que dice ´la tierra, personificando sus encantos, extasiándose ante su perfume y su colorido, favorece las mentiras de la clase dominante. Al fin y al cabo, ¡qué importa la fecundidad de la tierra, el amor del hombre por ella y su infatigable ardor al trabajarla!: lo que importa es el precio del trigo y el precio del trabajo. El que saca provecho de la tierra no es nunca el que recoge el trigo, y el ´gesto augusto del sembrador no se cotiza en bolsa. El término justo es ´propiedad rural´.
Apela Brecht, con contundencia y claridad, a un efectivo otorgamiento de valor a las palabras. Hace relación al compromiso que adquirimos al dejarlas salir de nuestros labios, a una toma de posición que lleve al ser humano a ser no sólo veraz sino específico. Y con esto, a no generalizar buscando continentar la nada y escapar al compromiso, sino dar de sí una idea clara y contundente de su posición ante la vida. Se refiere a no jugar a lo que hoy llaman de “políticamente correcto” y menos que menos a tildar de consumidores a los ciudadanos o a tratar, que es casi lo mismo, como cosas a los seres de carne y hueso, o incluso a despojarlos de su lugar en la sinfonía humana que todos componemos por acción u omisión.
Brecht apela, repito, a una prédica valiente que tenga por norte al otro, a nuestra, a mí, responsabilidad para con el otro.
Prosigue en su quinto paso hacia la verdad, apuntando que “Cuando reina la opresión, no hablemos de ´disciplina´, sino de ´sumisión´ pues la disciplina excluye la existencia de una clase dominante. Del mismo modo, el vocablo ´dignidad´ vale más que la palabra ´honor´, pues tiene más en cuenta al hombre. Todos sabemos qué clase de gente se precipita para tener la ventaja de defender el ´honor´ de un pueblo, y con qué liberalidad los ricos distribuyen el ´honor´ a los que trabajan para enriquecerlos.”
No deja espacio a la complacencia, ciertamente, al ir en procura de la veracidad de comportamiento, del desapego a lo vano y menor en pro de la dignificación del otro hombre, de la otra mujer, no incurriendo a su vez, y desde las acciones de gobierno, por ejemplo, en acciones supuestamente honorables que terminan colocando al pueblo, ya no a aquella población, en el frente mismo de acciones tan perversas como mortales. Jugar con la gente, jugar a ser una deidad y que el pueblo se diversifique en segmentos sin capacidad de reacción.
Luego de citar a Shakespeare y al propio Swift para ejemplificar aspectos de este quinto paso hacia la verdad, el alemán atiende a un aspecto crucial: “Militar a favor del pensamiento, sea cual fuere la forma que éste adopte, sirve la causa de los oprimidos.”
Magistral, sin vueltas, sin especulaciones. Porque Brecht apela al pensar libre, autónomo, desde uno mismo y hacia el mundo. Hablo del pensamiento crítico.
Prosigue de esta forma: “En efecto, los gobernantes al servicio de los explotadores consideran el pensamiento como algo despreciable. Para ellos lo que es útil para los pobres es pobre. La obsesión que estos últimos tienen por comer, por satisfacer su hambre, es baja. Es bajo menospreciar los honores militares cuando se goza de este favor inestimable: batirse por un país cuando se muere de hambre. Es bajo dudar de un jefe que os conduce a la desgracia.”
“El horror al trabajo que no alimenta al que lo efectúa es asimismo una cosa baja, y baja también la protesta contra la locura que se impone y la indiferencia por una familia que no aporta nada. Se suele tratar a los hambrientos como gentes voraces y sin ideal, de cobardes a los que no tienen confianza en sus opresores, de derrotistas a los que no creen en la fuerza, de vagos a los que pretenden ser pagados por trabajar, etc.”
“ Bajo semejante régimen, pensar es una actividad sospechosa y desacreditada. ¿Dónde ir para aprender a pensar? A todos los lugares donde impera la represión.”
Vergüenza y coraje; determinación y ponderación, son el ropaje del hombre y de la mujer libres. Que a su vez se ven enriquecidos cuando dan lugar al pensar, cuando dejan, cuando permiten –digámoslo aun más fuertemente: cuando se permiten-, acallar el ruido en su interioridad y dar paso al diálogo vivificante con la conciencia, emergiendo así la conciencia moral y, por qué no el propio remordimiento.
Y ¿por qué reitero tanto estas palabras ?
Porque a veces, aunque suene increíble, debe despejarse conceptos tan errados como trágicos: La conciencia no es ni un órgano, ni un adminículo ni tampoco nos viene dada. No. La conciencia, tanto se adquiere cuanto se pierde, si damos paso, seguidamente, a un pensar reflexivo.
Llamo pensar reflexivo a aquel que emprendemos sin una meta fija, al que nos permitimos acceder, en la soledad de un momento que necesariamente debe darse con la mayor asiduidad. Está también, claro está, el otro pensar, necesario también pero diferente en calidad: hablo del pensar calculador.
Ese otro pensar, indispensable también, al que accedemos para solucionar una situación equis, para promover una acción; es decir, aquel que tiene meta y objeto. Ambos son indispensables, pero el pensar reflexivo es ineludible para el individuo que además pretende ser persona humana. Y ahí es que la conciencia, no sólo la psicológica sino también la moral, la que entra en diálogo con los principios que vertebran nuestra acción, cobra vida e ilumina más y mejor nuestro sendero.
Digo entonces que un sujeto que se cuestiona y busca construir en su interior y de cara a los otros, un templo donde las columnas que lo sostengan sean las del amor, la hondura del pensar, el valor para proferirlo y la determinación para realizarlo en acciones solidarias y responsables con sus semejantes, estará claramente en el sendero dando los pasos adecuados en pos de lo humano.
Prosigue Brecht con este texto apasionante, ingresando, a propósito de la guerra, en este otro aspecto crucial de los acontecimientos del hombre. Dice: “Si en nuestra época es posible que un sistema de opresión permita a una minoría explotar a la mayoría, la razón reside en una cierta complicidad de la población, complicidad que se extiende a todos los dominios. Una complicidad análoga pero orientada en sentido contrario, puede arruinar el sistema. (...) Así, los pioneros de la verdad pueden encontrar terrenos de investigación relativamente poco vigilados. Lo importante es enseñar el buen método, que exige se interrogue a toda cosa a propósito de sus caracteres transitorios y variables.” Permitirnos ver más allá de lo que comúnmente uno piensa debe ser visto. Saber ver, es decir, ver críticamente, escuchando, ahondando, sopesando las variadas informaciones no tanto que nos dan sino aquellas a las que nosotros mismos accedemos por nuestra propia búsqueda. Búsqueda esta que debe ser tan tenaz como despejada de preconceptos. Consiste en atrevernos a indagar tan extensa como profundamente deba ser encarada la investigación, sobre las cuestiones vitales para la forja de una vida digna junto a los otros.
Dice, también: “Subrayar el carácter transitorio de las cosas equivale a ayudar a los oprimidos. No olvidemos jamás recordar al vencedor que toda situación contiene una contradicción susceptible de tomar vastas proporciones. Semejante método - la dialéctica, ciencia del movimiento de las cosas- puede ser aplicado al examen de materias como la Biología y la Química, que escapan al control de los poderosos, pero nada impide que se aplique al estudio de la familia; no se corre el riesgo de suscitar la atención.”
Porque si practicamos en todo momento la duda razonable, también debemos considerar lo transitorio, relegando aquello que se nos da como permanente. Justamente, como verdad revelada y por ende, a la que no debiéramos siquiera atrevernos a cuestionar. Pues a esa misma es a la que debemos cuestionar.
Hacerlo no tozuda sino críticamente, más aun: dialécticamente. Con información, e indudablemente con análisis y en diálogo, pero por sobre todo en escucha atenta al otro. Debemos despojarnos de nuestras certezas, de su seguridad y permitir que el otro pueda proferir su mensaje, mientras nosotros acallamos los ruidos de nuestra interioridad para que podamos percibir, al escucharlos, como dijera el humanista Elías Canetti, los latidos del otro hombre. Y ahí sí, recibido el mensaje, sopesarlo, y ofrecer nuestra propia y libre versión sobre el mismo o a partir del mismo junto con los otros datos recabados.
Termina Brecht con estas palabras: “Cada cosa depende de una infinidad de otras que cambian sin cesar; esta verdad es peligrosa para las dictaduras. Pues bien, hay miles de maneras de utilizarlas en las mismas narices de la policía.”
Y añade: “Los gobernantes que conducen a los hombres a la miseria quieren evitar a todo precio que, en la miseria, se piense en el Gobierno. De ahí que hablen de Destino. Es al Destino, y no al Gobierno, al que atribuyen la responsabilidad de las deficiencias del régimen. Y si alguien pretende llegar a las causas de estas insuficiencias, se le detiene antes de que llegue al Gobierno.”
Brecht y nuestra conciencia nos preparan para este momento. El momento en que debemos enfrentarnos a los clérigos del destino manifiesto, de la verdad revelada, sea del tenor que fuere. El camino ya sabemos cómo recorrerlo. Falta, qué duda cabe, el hacerlo. El ponerse en marcha.
Si bien estas líneas fueron escritas en una época de la historia particularmente álgida por lo que instauraba, cuánto y cómo podemos valernos de su prédica para alertarnos respecto del presente en todo lugar. Sólo que hoy se trata tanto del totalitarismo mediático como del dogma neoliberal, para citar dos ejemplos.
Adjudicar responsabilidades al “destino”, rehuyendo la nuestra. Nosotros mismos tenemos nuestra cuota parte de responsabilidad en los hechos que tienen cita en la comarca como en el mundo; advirtámoslo. No endilguemos, exclusivamente, responsabilidades a otros, sean personas, países o grupos de países, si antes, siquiera, no admitimos la nuestra, en su grado y proyección pero ciertamente responsabilidad al fin.
Lo vital es no caer en lugares comunes, no apagar las luces del pensamiento libre, no impedirnos el intentar ser libres, por más doloroso que sea, que lo es y cuánto. Compromiso y sentido. Valor y trascendencia. Así es como la persona humana permanecerá y prosperará junto con su comunidad.
Se trasciende con la acción, así luego, como sucederá por imperio de nuestra precariedad de vida, partamos definitivamente.
Viven siempre los que tienen un lugar en nuestra memoria y en nuestro corazón. Morir mueren los reptiles, los abyectos, los que borran o pretender borrar, sin resultados para quien los ve en su mendicidad, las líneas, los rasgos de su rostro.
Brecht fue un hombre superior. Toda su obra giró en torno a dar al otro las armas para ser libre con dignidad y en solidaridad con los otros.
La verdad se muestra esquiva, pero en su búsqueda, de la mano de Brecht, vamos alcanzando las herramientas para ser dignos merecedores de la misma. Si es que la hay en una exclusiva versión.
¿O habrá varias? Lo veremos, pero lo importante, creo yo, es estar en el camino, con acción de vida, desde el arrojo a ser libres junto con los otros. Repitámoslo para aquellos que creen que la vida pasa por su sola existencia: el hombre es un ser en relación con otro hombre. Es el principio dialógico que guía la vida de hombres y mujeres que creen, y quieren, ser personas.
Que sea Bertolt Brecht, desde su poema Contra la seducción quien despida estas reflexiones:
No os dejéis seducir:
no hay retorno alguno.
El día está a las puertas,
hay ya viento nocturno:
no vendrá otra mañana.