miércoles, 16 de marzo de 2011

LAS MIL FLORES - ERNESTO ESPECHE

Desafíos de la segunda década
LAS MIL FLORES
Una rápida pero necesaria caracterización del generoso y ancho espacio político que se representa en el proyecto nacional, popular y democrático que conduce Cristina Fernández.

Por Ernesto Espeche* | Desde Mendoza, Argentina 12|03|2011



Transitamos un año crucial en Argentina. Las premisas esenciales del juego democrático indican que el pueblo toma en sus manos su propio destino. Las elecciones presidenciales de octubre son, en ese sentido, un punto de inflexión en nuestra historia reciente.

Pero no se trata de un escenario disperso en sus posibilidades o caótico en sus definiciones. No es cuestión de elegir -como lo hacemos en nuestra vida cotidiana- ante un menú de opciones cuya riqueza está en las diferencias. Hoy y aquí estamos ante esas determinaciones de la historia que –por su complejidad- se sintetizan brutalmente: o se profundiza y radicaliza el rumbo iniciado en 2003 o se restablece el orden neoliberal y conservador con renovada virulencia revanchista.

Ni unos ni otros constituimos agrupamientos compactos y coherentes. Por ahora, dejemos al bloque opositor que piense sus propios engendros. Entre nosotros, quienes entendemos que el pueblo debe refrendar la confianza en la actual gestión presidencial, existen –y es lógico que así sea- un puñado de divergencias no menores. Podemos, incluso, clasificar esas diferencias desde variados encolumnamientos y encontrarnos, en cada caso, con movimientos dinámicos de actores y sujetos que pueden estar en uno u otro lugar según ubiquemos el corte. 

Las procedencias político-partidarias son una manera de comprender los matices, aunque de ningún modo se trata del elemento más relevante. El Partido Justicialista tiene, por definición, vertientes ideológicas enfrentadas entre sí, aunque su carácter movimientista le permite realinearse tras la figura que lo conduce en los hechos, en este caso, la presidenta. Así, muchos dirigentes y simpatizantes del peronismo reconocen aquel liderazgo, a pesar de no compartir en totalidad el camino encarado en 2003. De hecho, varios de los representantes políticos de la etapa neoliberal emprenden hoy un ferviente respaldo a un rumbo definido en contraposición a los oscuros años del consenso de Washington. En esa dinámica, hoy toman más fuerza relativa aquellas corrientes que, sin abandonar el marco de contención partidaria, no acompañaron las reformas regresivas de los años noventa impulsadas por otro gobierno de cuño justicialista. El peronismo es una totalidad compleja, dentro de la cual se resuelven proyectos antagónicos.

Sin embargo, el espacio gobernante no se agota en esa dialéctica. Los sectores “no peronistas” que se sienten convocados por este proceso debieron, primero, reconocer la hegemonía del PJ al interior del bloque kirchnerista. Eso no es nuevo en la historia argentina: sucedió –por no ir muy atrás- en el tercer gobierno de Juan Perón con las izquierdas nacionales o en los dos gobiernos de Carlos Menem con las derechas liberales.No son solo aliados de un partido de gobierno, son, más bien, parte del gran relato del proyecto, y en ese sentido reclaman el reconocimiento de las propias identidades y una apertura de criterio a la hora de delinear las estrategias generales a seguir. Eso que conocemos como Kirchnerismo, como vemos, excede a un partido o es mucho más que su etapa superior de ensanchamiento numérico e ideológico.

Hay, además, y sobre todo, un enorme conglomerado de sujetos sociales que no se inscriben en las diferencias de tipo partidarias. Son actores que tomaron el espacio público para defender las medidas más avanzadas de este gobierno. En algunos casos, se trata de jóvenes que se encontraron con la política por primera vez, luego de años de desencanto. En otros, son viejos militantes que se reencontraron con el entusiasmo de participar y vencieron la pesada sensación de derrota que pesó sobre ellos durante un largo periodo. Es, en todo caso, un símbolo de la recuperación de la política como articuladora del tejido colectivo y una superación del espontaneísmo. 

Son parte de este espacio los intelectuales y referentes del arte y la cultura. Y lo son desde el esfuerzo que representa la ruptura o el distanciamiento que se supone es inherente al campo en el que se desenvuelven. La frivolidad y la apatía que caracterizó a la posdictadura fueron sustituidas por una saludable bocanada de compromiso cuya explicitación se asume desde una actitud no vergonzante. Es una gran señal del cambio de época.

También hay matices visibles entre los trabajadores organizados y los movimientos sociales que crecieron al calor del desempleo masivo. Encuentran hoy un camino para transitar juntos –el modelo incluye a ambos sectores- pero por razones históricas ese cruce no es sencillo ni natural: se asumieron desde culturas diferenciadas en la tarea de encarar la resistencia y construir las trincheras para enfrentar el ajuste estructural de la última década del siglo pasado. 

El bloque contiene, finalmente, una separación no muy nítida pero sí definitoria entrequienes apuestan a un triunfo en octubre como garantía de gobernabilidad -en el sentido liberal que emana de la teoría política- y quienes conciben esa instancia electoral como decisoria para avanzar en los temas pendientes. Los primeros, aspiran a cuatro nuevos años de gestión signados por la mesura y la moderación del conflicto con los sectores del poder fáctico. Es hora, dicen, de administrar los logros obtenidos con tantos costos políticos. Los segundos, en cambio, encuentran en la puja electoral la posibilidad de legitimar un rumbo político que debe garantice el impulso transformador, el cual llegará sólo si no se abandona el enfrentamiento con las corporaciones. 

Todos esos matices, tendencias y corrientes penetran el espacio de modo complejo, es decir, no lineal. Cada una tiene referencias personales visibles y construcciones de poder real en espacios limitados. En conjunto conforman un sujeto histórico que se define -también- por esas contradicciones. 

Las diferencias son, en sí mismas, enriquecedoras, como legítimas son las disputasentre las múltiples fracciones que integran el bloque social y político por establecer el perfil del rumbo. Esa dinámica es posible porque la amalgama del espacio está hoy asegurada: hay una clara figura ordenadora, un conjunto de medidas de fuerte alcance y respaldo popular, y un bloque antagónico correctamente delimitado. 

“Que florezcan mil flores”, había dicho el ex presidente Néstor Kirchner poco tiempo antes de su muerte. El jardín está en buenas manos.

* El autor es docente e investigador de la UNCuyo, Doctor en Comunicación de la UNLP, director de la Licenciatura en Comunicación Social de la UNCuyo y director de LRA 6 Radio Nacional Mendoza.

FUENTE: AGENCIA PERIODÍSTICA DEL MERCOSUR

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