sábado, 16 de abril de 2011

BRASIL, UN PANORAMA GLOBAL - NIKO SCHVARZ


PANORAMA DE UNA LUCHA A BRAZO PARTIDO

La victoria contundente de Dilma Rousseff al conquistar el tercer gobierno consecutivo del PT y sus aliados vuelve a colocar sobre sus rieles la situación de América Latina. Tonifica a las fuerzas de izquierda y su unidad en nuestro continente y en el mundo. Y se realza porque enfrentó (y derrotó) a la más abyecta e inescrupulosa campaña mediática que se haya visto, a la cual no tuvo empacho en acoplarse el Papa Benedicto XVI.
Las cifras, dadas a conocer con notable prontitud, desmoronaron el andamiaje de mentiras y especulaciones montado a lo largo de las cuatro semanas entre los dos turnos, y otorgan a la candidata petista una ventaja de más de 12 puntos (56.05% a 43,95% de Serra) y de más de 12 millones de votos (55.752.508 votos a 43.711.350). En el Congreso se registra un cambio fundamental. En el Senado de 81 bancas (de las cuales se renovaron 2 de cada 3), el sector de gobierno pasó de 39 a 58 bancas, y la oposición cayó de 34 a 22. El PT casi duplicó sus senadores, pasando de 8 a 15. En la Cámara de Diputados de 513 miembros, la mayoría del gobierno se amplió de 357 a 372. El PT pasó de 79 a 88 bancas, el mayor crecimiento, es la bancada mayoritaria y puede aspirar a la presidencia. En ambos casos se supera la mayoría calificada de los 2/3, imprescindible para aprobar reformas constitucionales y proyectos relevantes del gobierno como la reforma política, que estuvieron trancadas por carecer el gobierno actual de esas mayorías. En el segundo turno se eligieron además 9 gobernadores, de los cuales 5 corresponden a la coalición de gobierno (Distrito Federal de Brasilia, Amapá, Piauí, Paraíba y Rondonia). Sumados a los conquistados en primera vuelta, gobernarán 17 de los 27 estados, entre ellos Bahía, Sergipe, Acre, Río Grande do Sul, Río de Janeiro, Pernambuco, Espírito Santo, Ceará.
Esta elección, que ahora podemos considerar globalmente, transcurre en un momento peculiar de América Latina (y aquí abordo el tema que dejé pendiente en mi nota del 17 de octubre, “Perspectivas brasileñas hacia el 31”). Me afilio a la concepción enunciada por el presidente ecuatoriano Rafael Correa de que desde el inicio del nuevo siglo y milenio nuestra América Latina vive, no ya una época de cambios, sino un cambio de época, y ello se ha visto refrendado por la llegada al gobierno de fuerzas de izquierda y progresistas, en un abanico muy amplio y diversificado, en un conjunto de países. Están en la mente de todos los cambios que se han venido procesando en nuestras sociedades, en Venezuela, Brasil, Bolivia, Paraguay, Ecuador, en Chile, en Argentina hoy dolorosamente sacudida, en Nicaragua y Guatemala, por último la explosión liberadora en El Salvador con el FMLN y siempre con Cuba socialista que resiste al imperio desde hace medio siglo. Todo ello con el advenimiento de nuevos sectores sociales al gobierno y un ciclo de transformaciones progresistas en bien de nuestros pueblos. Es en este cuadro amanecido que las fuerzas de la derecha y la reacción, entrelazadas entre ellas, están desplegando una contraofensiva para volver al antiguo régimen, o en todo caso para impedir que este extendido proceso de profundos cambios se vuelva irreversible. Han victo concretado sus propósitos en Panamá, en Chile donde pasaron a primer plano resabios del pinochetismo, en Honduras con el golpe de estado y por último en el intento de golpe de estado en Ecuador, fracasado pero de extrema peligrosidad y cuyos rescoldos no se han apagado y obligan a una vigilancia permanente y a la solidaridad activa con el gobierno del presidente Correa. Porque bien puede constituir un ensayo de técnicas de subversión, en el verdadero sentido de la palabra, como sin duda lo fue el golpe hondureño de 2008.
En este sentido, el Brasil -donde concentran su acción fuerzas retrógradas de distinto pelaje, con conexiones internacionales evidentes- pasaba a constituir un test de supervivencia de la izquierda, de sus formas de unidad y de su capacidad de gobernar. La respuesta del pueblo ha sido rotundamente positiva. La izquierda se apresta a su tercer gobierno consecutivo, con el apoyo indesmentido de grandes masas ciudadanas en todos los aspectos.
Es muy importante que ello ocurra en Brasil. Por ser un gran país con más de 190 millones de habitantes. Por la magnitud de la obra transformadora emprendida en los dos gobiernos del presidente Lula, que el próximo se propone –como Dilma Rousseff lo ha expresado- continuar y extender en una serie de medidas concretas, ya explicitadas en su primer discurso de la noche del 31 de octubre. Porque esos gobiernos cambiaron la situación social y la estructura de clase de la sociedad brasileña, sacando a decenas de millones de seres de la extrema pobreza (el programa de Dilma es erradicarla definitivamente) y elevando a otras decenas de millones en la escala social. Y coronado todo ello con un esfuerzo concentrado en la educación, en su extensión a todos los niveles con una calidad de excelencia, así como en la atención a la salud. El objetivo, en última instancia (y esto lo han reiterado tanto el mandatario saliente como su sucesora) es elevar el nivel de autoestima y la dignidad de cada habitante. 
Esto Brasil lo ha estado haciendo y estará en condiciones de profundizarlo, entre otras cosas, porque proyecta destinar a estos fines el grueso de los aportes que redunde de la explotación, ya iniciada a ritmo acelerado, de la camada de présal de petróleo y gas en el litoral atlántico, a lo que se acaban de agregar otros descubrimientos de una volumen aún mayor (superior, se dice, a todas las reservas ya conocidas del país), lo que le permitirá transformarse en una de las principales potencias petroleras, todo ello bajo la égida de la estatal Petrobras.
Ello contribuirá, además, a elevar el papel internacional de Brasil, que ya gravita decididamente en la escena mundial. Por una parte, por su participación en el BRIC (Brasil, Rusia, India y China) que concentra el 25% del PBI mundial y una porción considerable de la población del planeta. Brasil pasó a ser la octava economía mundial y China la segunda, desplazando a Japón. Por otra parte, por su integración al grupo del G-20, que pronto habrá de reunirse. En tercer lugar, por sus iniciativas en la solución de los grandes problemas internacionales, como el de Irán, en que una iniciativa brasileña reunió a ambos países con Turquía. Además, por su política activa de contactos y de intercambios con todo el mundo, en particular con los países árabes y con el continente africano. Toda esta política repercute positivamente en América Latina en su conjunto, en la política a llevar adelante por sus organismos comunes, como la UNASUR, o en los organismos regionales como el MERCOSUR, sin olvidar que Brasil es el principal cliente comercial de Uruguay.
La proyección internacional de la victoria en Brasil tiene otro sesgo, que surge si se la compara con la situación prevaleciente en Europa, donde han tomado la primacía los partidos de derecha y extrema derecha, que aplican políticas de neoliberalismo a ultranza, de cercenamiento de la legislación social conquistada en décadas de lucha, unidas a un fuerte componente racista y xenófobo. Brasil, sus fuerzas de izquierda y su unidad están mostrando otro camino y otra perspectiva, la posibilidad de alcanzar objetivos a favor de las grandes mayorías, de afianzar la democracia y las formas de participación popular en la forja del destino colectivo, tema enfatizado por la presidenta electa en la noche de la elección. En buena medida estamos hablando del destino de la humanidad.
Y en esa lucha a brazo partido empeñada en América Latina, la victoria en Brasil refuerza el campo de la izquierda, de su unidad y su sistema de alianzas, y tonifica al conjunto de los luchadores por la democracia y las transformaciones progresistas. Esa perspectiva se afianza en el horizonte del continente. 

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