miércoles, 21 de marzo de 2012

LAS FALKLAND VOLVERÁN A SER MALVINAS - REDACCIÓN POPULAR

Malvinas y el colonialismo
Aritz Recalde, febrero de 2012

(…) “deberíamos comenzar a considerar los argentinos los días 2 y 3 de enero, del año que viene, se van a cumplir 180 años exactos de la usurpación y el desalojo de los argentinos de nuestras Islas Malvinas, deberíamos comenzar a considerar también esta fecha. Fecha que – por cierto – no es la única en los intentos que hubo de someternos, si vamos un poquito más atrás de 1833, nos vamos a encontrar el 1806 – cuando aún éramos colonia española – y en 1807 rechazando las invasiones inglesas. Y más tarde – bajo la égida del Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas, en el año 45, rechazando también el bloqueo anglo-francés. (…) Es un anacronismo en el siglo XXI seguir manteniendo colonias. Hay solo 16 casos en todo el mundo y 10 de esos casos son de Inglaterra y en estos 10, también estamos conociendo nuevamente como recrudece el reclamo de España frente al Peñón de Gibraltar”. Cristina Fernández de Kirchner

Tal cual lo expresó Cristina Fernández en el Acto de la firma del decreto 200/12, de desclasificación del Informe de la Comisión de análisis y evaluación de las responsabilidades políticas y estratégico militares en el conflicto del Atlántico Sur (Informe Rattenbach), la ocupación británica de las Malvinas en el año 1833, no fue ni el primero, ni el último hecho militar ejercido contra nuestro suelo patrio. Durante las invasiones de 1806 y en el combate en la Vuelta de Obligado en 1845, el imperio inglés expresó su voluntad expansionista y de dominio de nuestro territorio.
Asimismo y continuando el argumento de la presidenta del epígrafe, la ocupación británica de las islas Malvinas no es un caso aislado de colonialismo, sino que forma parte de una política que fue ejecutada por las metrópolis sobre diversos lugares del tercer mundo. Tal cual alude Cristina y pese a los procesos de liberación nacional desarrollados a mediados del siglo XX, siguen existiendo posiciones coloniales en diversos continentes, como son los casos de la ocupación inglesa de Gibraltar en España o la ejercida por Estados Unidos en Guantánamo, Cuba.
Más allá de la diversidad en las metodologías y de las diferencias en tiempo y espacio, el colonialismo histórico y el actual, encuentran móviles económicos y políticos comunes. Ellos se pueden resumir en la capacidad de un Estado de apropiarse por la fuerza de los recursos materiales y culturales de otro Estado. Además, la nación o el territorio ocupados, son despojados de su derecho a la autodeterminación política.
La incautación de los recursos materiales, les permite a las potencias colonialistas obtener aquellos bienes que sus comunidades demandan, como puede ser el petróleo, la minería, el agua o los alimentos. La imposición de una cultura, favorece la permanencia y el ejercicio de la explotación colonial a lo largo del tiempo. La enajenación del derecho a la autodeterminación política de una comunidad, les permite a los colonialistas utilizar la zona sitiada para ejercer sus intereses que pueden variar a lo largo del tiempo. Una posición colonial puede ser utilizada como plataforma militar, como base para la balcanización de un continente, como un gran campo de concentración y de mano de obra barata, como un mercado de consumo de las manufacturas, como un laboratorio donde probar armas y químicos con civiles sometidos o como un recurso para direccionar la opinión pública en épocas electorales.
La ocupación inglesa de las Malvinas y la férrea negativa de sus gobiernos a negociar con nuestro país, se inscriben entre estos objetivos. A partir de lo mencionado y en una extremada síntesis, podemos sostener que la razón colonial británica se encuadra en tres grandes ejes:

Razones Económicas: agua, pesca y petróleo.
“El golpe de Estado que ha derribado a mi gobierno, elegido con una mayoría de votos aplastante, después de elecciones claras y libres, no ha estado inspirado en sentimientos nacionales, pero si financiado por fuerzas que se agitan dentro y fuera de la Argentina. (…) La conclusión de esos sucesos es que hemos sido objeto de un verdadero ataque armado, no muy distinto de aquel que hizo posible la caída de Mossadegh; como el premier persa, también nosotros fuimos víctimas de la sorda lucha por el petróleo. El consejero comercial inglés en Buenos Aires declaró un día, con desusa franqueza, que cualquier esfuerzo realizado por quienquiera para asegurarse la producción petrolífera argentina sería considerado en Londres como un atentado a los intereses británicos. (…) El objetivo era impedir que los recursos petrolíferos argentinos fueran explotados, de manera de concurrir al desarrollo industrial del país”. Juan D. Perón
La posesión inglesa de las islas les permite a los colonialistas apoderarse de los recursos pesqueros argentinos. Según Arturo H. Trinelli, los habitantes de las islas administran alrededor de 125 licencias con ingresos de hasta 50 millones de dólares al año. Dicha rentabilidad, implica que los isleños adquieran un PBI per cápita de 32 mil dólares anuales, uno de los más altos del continente latinoamericano. Como ocurrió históricamente, estamos financiado empresas extranjeras y saciando el hambre de Europa, al costo de la liquidación de las especies naturales y de nuestros recursos.
Otra cuestión fundamental, tiene que ver con la explotación del petróleo ubicado en las islas. La lucha por el petróleo fue y sigue siendo, uno de los motivos de los intentos de golpes de Estado y de las dictaduras a lo largo y a lo ancho de Latinoamérica. En este sentido, es que recuperamos la cita de Perón que denunció la participación de los ingleses y sus intereses petroleros, en el golpe militar del año 1955. Según Trinelli, los recursos petrolíferos de las islas le permitirían al colonialismo británico, disponer de crudo por un valor cercano a los 60 mil millones de dólares.
Por último, es importante mencionar que la plataforma militar en Malvinas, puede ser utilizada por los británicos para apoderase de las fuentes de agua dulce de la Antártida.


Razones geopolíticas.


Las Malvinas ofician como una plataforma militar en el cono sur para los miembros de la OTAN. Dicha base, les permitiría a las metrópolis ingresar al sur del continente en caso de guerra. Asimismo, en el marco de los conflictos mundiales por la posesión del agua dulce, la colocación sobre Malvinas les otorgaría a los colonialistas un lugar favorable para el desembarco en la Antártida.
La ocupación de Malvinas adquiere mayor preponderancia, atendiendo que durante los últimos años, países como Ecuador, Venezuela y Bolivia, manifestaron públicamente su negativa a la permanencia o al ingreso de bases militares extranjeras.

Razones de política Interna

Históricamente, las clases dominantes de las potencias organizan la opinión pública interna a partir de construir enemigos y conflictos externos. En este cuadro, edifican y difunden campañas que se organizan promoviendo contenidos profundamente racistas y étnicos. En muchos casos, en las campañas electorales del primer mundo, asesinar latinoamericanos o individuos de las naciones de las periferias, suma votos y sube encuestas. En el contexto de la crisis económica europea y continuando la utilización de Margaret Thatcher de 1982, el primer ministro inglés fomenta el conflicto para mejorar su posición frente al electorado y la opinión pública.
Lejos de las actitudes de los colonialistas que incluyeron el reciente movimiento militar en las islas, el gobierno argentino le exige a Inglaterra la apertura de las negociaciones en paz. En este marco, la dirigencia argentina está iniciando importantes reclamos formales ante las Naciones Unidas, que van a incluir presentaciones al Comité de Descolonización, la Asamblea y el Consejo de Seguridad. En la denuncia efectuada por la Argentina en la ONU, se hace un claro llamado de atención por la preocupante militarización del Atlántico Sur, remarcando los graves riesgos que ello implica para la seguridad regional.
La intervención en los organismos internacionales, fue precedida por una estratégica e histórica tarea de la diplomacia argentina a lo largo de América Latina y tal cual afirmó CFK “Malvinas ha dejado de ser solamente una causa de los argentinos para transformarse en una causa de los americanos, de la América latina, de la América del Sur y en una causa global”. Que así sea.


Fuentes bibliográficas citadas
· Arturo H. Trinelli, Malvinas y los recursos naturales. Pesca y Petróleo. Página 12, Suplemento Cash, 12/02/12.
· Cristina Fernández de Kirchner, 7/02/12. http://www.casarosada.gov.ar/discursos
· Juan D. Perón, Del Poder al exilio. Cómo y quiénes me derrocaron, Instituto Nacional Juan Domingo Perón, 2006.
Editor del blog www.sociologia-tercermundo.blogspot.com


El retorno de Malvinas

Artículo para Aluvión Popular

En torno al histórico reclamo de la soberanía argentina sobre las islas Malvinas se anudan una serie de cuestiones de la máxima importancia. Aunque dicho reclamo nunca desapareció del todo, sí es cierto que existió una fuerte y perdurable campaña de “desmalvinización”, que tendió a asociar guerra, dictatura y Malvinas. En el reciente acto encabezado por la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner ese núcleo duro de la construcción hegemónica conservadora fue desmenuzado. La Presidenta anudó claramente soberanía con democracia, en un horizonte general de memoria, verdad y justicia. Con ello se le quita sustento a la burda operación imperial que busca deslegitimar permanentemente el reclamo argentino con la referencia a la última dictadura militar. Y sobre todo, se recrean las banderas históricas del movimiento nacional (que engloba por supuesto a la causa Malvinas) con las resonancias de las tareas pendientes y los desafíos siempre renovados de construir un país justo, libre y soberano. El pueblo es el sujeto de la soberanía política y la soberanía nacional, por eso no podrá ya disociarse el eje democracia /soberanía.
Por cierto, la causa Malvinas no involucra solamente a nuestro país como damnificado por el colonialismo británico. Es un problema de soberanía y seguridad para toda la región. Y ésta cuestión resulta cada vez más clara para ciudadanías y gobiernos latinoamericanos. El apoyo activo de otros Estados de la región no es solo plataforma diplomática en la puja con el Reino Unido, sino una de las facetas del actual proceso de integración y unidad latinoamericanas. No es casual que esas muestras activas de solidaridad (que conocen antecedentes importantes de todos modos) se manifiesten en una época histórica marcada por la construcción de UNASUR y la constitución de la CELAC. Por cierto, este es camino complejo, azaroso y a largo plazo. Como lo será nuestra lucha por la reivindicación de la soberanía territorial y por una descolonización integral. Por eso, hoy más que nunca, Malvinas es una causa Latinoamericana.
Ha quedado establecido claramente también, en las palabras de la Presidenta y en el curso de acción del Estado argentino, el carácter predominantemente diplomático en la concreción del reclamo argentino. Es parte de la apuesta sudamericana para la construcción de una región de democracia y paz, como una de las razones de ser de UNASUR. Es también una crítica al belicismo inmanente al neocolonialismo global, como se evidencia en Medio Oriente y otras regiones del mundo en las cuales “intervienen” los países metropolitanos, especialmente EEUU (por cierto, Inglaterra suele participar en esas “aventuras” asociada al gigante del Norte). La opción por la democracia y la paz en nuestra región latinoamericana no solo expresa el anhelo común de los pueblos, sino una acción inteligente y realista de defensa soberana. El conflicto armado abierto, la lucha “antiterrorista”, la guerra de baja intensidad y otras formas igualmente bélicas son una de las herramientas fundamentales del neocolonialismo global para “quebrar” las resistencias de los países periféricos, asegurar la preeminencia del Norte en una etapa caracterizada por la crisis económica global, y sustentar la anti utopía de un mundo gestionado como un “mercado” (lo que requiere un “gendarme” por supuesto). La mayor influencia estadounidense en la región (como vemos en el caso de Colombia y ahora también de México) está asociada a una fuerte conflictividad interna, que desmadra en violencia armada. No es casualidad.
Pero la lucha contra el colonialismo y por la paz no es solo algo que involucra a esta región, sino que, como mencionamos antes al aludir a la intervención metropolitana en Medio Oriente y los países árabes, es una problemática global. Por eso recibimos el apoyo de otros países como China. Por eso también nuestra Presidenta reseñó la cantidad de enclaves coloniales desparramados por el mundo (con un importante “protagonismo” británico). Por supuesto, todo esto debe enlazarse en un horizonte general de la búsqueda de un orden mundial más igualitario, pues se sabe que un enclave con ocupación militar directa no es la única forma de colonialismo. Nuestro país, de la mano de la actual administración nacional, ha tenido una presencia destacada en los foros internacionales poniendo de relieve la necesidad de disminuir las asimetrías internacionales y reivindicando el derecho de los pueblos del Sur a un orden más justo. Por lo tanto, no puede llamar la atención este posicionamiento del Estado argentino en la cuestión Malvinas, ni la importancia que adquiere en el llamamiento gubernamental. No es recurso amañado de último momento, ni cobertura para otras cuestiones como parecen insinuar las usinas de operaciones mediático-políticas de los grandes monopolios de la comunicación. Las empresas mediáticas que fueron cómplices de la dictadura genocida no parecen las plataformas más adecuadas para las referencias manipuladoras a Galtieri. Falta honestidad intelectual en sus operadores, y también patriotismo. El viejo Jauretche tenía reservada una palabra para estos exponentes de la Argentina colonial.
Más serias intentan presentarse las alusiones a la “autodeterminación de los pueblos”, curiosas en la boca del imperio británico y de algunos “comunicadores” argentinos. Indudablemente, la autodeterminación de los pueblos es una de las nociones centrales de las luchas liberacionistas y antiimperialistas del siglo XX. Y debe ser hoy también uno de los pilares necesarios de un orden mundial más justo e igualitario. La autodeterminación de los pueblos no es amenazada ni violada por países como Argentina, sino por el club de los poderosos del mundo. Las patéticas expresiones del gobierno inglés al respecto moverían a risa si no hubiera algún despistado local también. La autodeterminación de los pueblos está vinculada a las luchas de los pueblos y naciones sometidos por diversos colonialismos históricos, a la reivindicación de un Estado propio por aquellas comunidades identificadas que no solo carecen de autogobierno y control de los territorios en los que están asentadas, sino que son sometidos a formas de dominación política, violencia y explotación por nacionalidades dominantes que sí controlan un propio aparato estatal. Esa dominación sobre distintas poblaciones a lo largo y ancho del mundo es herencia de la expansión capitalista-moderna a partir del siglo XVI, y se sustentó en diversas formas de estigmatización étnico-racial, de infravaloración cultural, y de explotación económica. Nada de eso se presenta en la población “kelper”. Los kelper no son una comunidad originaria sojuzgada en el ciclo moderno de la expansión colonial. Tampoco son una población que reivindica su soberanía estatal frente al poder político-estatal-militar-económico efectivamente dominante en el territorio que ocupan (¡que no es Argentina sino el Gran Bretaña!), sino que se reivindica parte del Reino Unido, súbditos de la Corona, y base del poder naval-nuclear del imperio. Es decir, nada que ver con la autodeterminación de los pueblos. Todo esto, no va en desmedro del respeto como personas de la población kelper. Pero sí va dirección a la justa aclaración de los términos y de la precisión de las cuestiones que están en juego: la actual población isleña no puede definirse como una etnia, un pueblo o una nacionalidad oprimida, sino que es parte de la población colonizadora y se reivindica súbdito de la Corona. Aclarar la discusión es parte de la secular lucha por la soberanía territorial de nuestra Argentina.
Germán Ibañez
www.lonacionalypopular.blogspot.com

Autodeterminación de los kelpers. Un grotesco de la política internacional *

Por Alberto Franzoia

Les llamamos Kelpers a los habitantes de las Islas Malvinas, territorio colonizado desde 1833 por la corona británica. Por dicho motivo la mayoría de ellos son de dicho origen, utilizan la lengua inglesa y se reconocen como ciudadanos de Gran Bretaña.
La denominación surge por las grandes algas marinas (kelp) que rodean el territorio isleño, pero ellos la consideran despectiva por lo cual prefieren llamarse a sí mismos islanders (isleños). Según datos de 2011 la población es de 3.140 habitantes (sólo la ciudad estado del Vaticano tiene menos) de los cuales más del 70% son descendientes de británicos o nuevos inmigrantes del mismo origen. Hay un 10% de chilenos y aproximadamente el 1% (30) son argentinos.
La mayoría de los británicos que viven en Malvinas, por generaciones desde hace décadas, son producto de una hecho de fuerza fundante: la invasión que se registró en 1833. Y este dato es esencial para dar por tierra con las especulaciones del imperialismo inglés y de algunos súbditos nativos. Fue entonces cuando los argentinos instalados desde 1820 resultaron desalojados violentamente por los británicos. Cabe destacar por otra parte que durante el período breve que media entre agosto de 1833 y enero de 1834, un grupo de gauchos, esquiladores y peones conducidos por Antonio Rivero recuperaron nuestra soberanía hasta que resultaron derrotados por nuevas tropas inglesas.
Desde ese desafortunado hecho los argentinos hemos bregado por recuperar Malvinas, territorio que no sólo por razones históricas sino también geográficas es parte constitutiva de nuestra Patria Chica y Grande (Argentina y Latinoamérica), ya que se localizan inequívocamente en la plataforma marítima de América del Sur.
Los ingleses, acostumbrados al ejercicio de un poder ilimitado que históricamente les ha otorgado el carácter de nación colonialista e imperialista, intentan invertir por estos días la carga de la argumentación. Su Primer Ministro, David Cameron, ha tenido la desfachatez de acusar a nuestro gobierno de “colonialista” por oponerse a la autodeterminación de los kelpers. Sin embargo, los habitantes británicos de las islas no están en condiciones legales y morales de decidir absolutamente nada.
La presencia de estos súbditos de su majestad británica en nuestro territorio, fue desde el comienzo de la historia que compete al tema en cuestión, producto no sólo de un hecho de fuerza (expulsando población argentina para sustituirla por ocupantes británicos), sino también ilegal, porque el territorio ocupado nunca perteneció a Gran Bretaña. Primero fue de la corona española y luego de la independencia nacional fue ocupado por argentinos a partir de 1820, año en que el gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata tomó posesión formal de las islas enviando a la fragata Heroína. Como si todo esto no resultara suficiente, se encuentran en la plataforma marítima suramericana, nada menos que a 12.000 kilómetros de distancia del extremo sudoeste de la península de Cornualles, que es el territorio británico más cercano a nuestras islas.
Bien sostiene la proclama de la organización latinoamericana Unión Bicentenaria de los Pueblos: “los kelpers no son sujetos del derecho de autodeterminación porque no son un pueblo distinto al inglés, son colonos que Inglaterra implantó luego de expulsar de manera violenta a la población argentina de las Islas. Los kelpers son súbditos de la corona inglesa, hablan inglés, estudian historia inglesa, tienen bandera y pasaporte inglés y son empleados de la corona británica. No son un país distinto, son los agentes de la ocupación inglesa.” Además ellos mismos se reconocen como ciudadanos de Gran Bretaña; a confesión de partes relevo de pruebas.
Ante el carácter irrefutable de los hechos, las pretensiones de la diplomacia británica, no ajena a las simpatías mal disimuladas de otras diplomacias imperialistas (como la de EE.UU.), resultan una maniobra grotesca de la política internacional. Sabemos que la autodeterminación sería el mejor camino para que el imperialismo se encolumne con los nuevos tiempos, ejerciendo su poder ahora “civilizadamente” en una zona estratégica tanto por sus riquezas naturales como por su valor geopolítico. Sin embargo deberán incorporar un nuevo dato a sus planificadas agendas: Argentina no está sola, la Patria Grande Latinoamérica comienza a transitar caminos comunes y defenderá sus intereses concretos contra las tropelías de imperios decadentes. Es una muy buena oportunidad para demostrarles que, más allá de declaraciones de ocasión, otro mundo es posible si se adoptan las decisiones económicas, políticas y diplomáticas pertinentes.
La Plata, 20 de febrero de 2012

Malvinas: Disputa en las relaciones centro-periferia

Silvana M. Romanol-La Jornada México - 


La cuestión de fondo en el conflicto de las Malvinas entre Gran Bretaña y Argentina es la relación entre soberanía y recursos naturales. La soberanía y el derecho a la autodeterminación han sido uno de los ejes principales de las relaciones interamericanas, planteado ya desde la Conferencia Panamericana en 1889; sostenido por las doctrinas Calvo y Drago; discutido en las reuniones de la Unión Panamericana en las décadas de 1920 y 1930, y (supuestamente) consagrado en la Carta de la OEA.
Recientemente, organismos de integración latinoamericanos han enarbolado la bandera de la autodeterminación de los pueblos de América Latina, en un contexto donde la posición geoestratégica de la región adquiere cada vez mayor relevancia en virtud de las reservas de combustibles, minerales, agua y biodiversidad (recursos esenciales para mantener los niveles de producción y consumo en los países centrales).
La disputa entre Argentina y el Reino Unido por esos territorios lleva 179 años (al menos desde 1833), con una guerra de por medio (1982), de las más asimétricas que se hayan dado en el continente. Sin embargo, no es casualidad que se renueven –justo ahora– las tensiones entre Argentina y Gran Bretaña por las Malvinas en tanto que ciertamente hay fuertes intereses en la explotación de los recursos presentes en la zona de las islas.
La posición de Gran Bretaña es de clara negación a la resolución de controversias por medios pacíficos, como lo recomiendan la ONU y la OEA. Este punto es clave pues como sostiene uno de los ex cancilleres de Brasil, Samuel Guimaraes (2004), en su obra Cinco siglos de periferia, los países centrales son los que elaboraron estas reglas y por eso pueden darse el lujo de no cumplirlas. De hecho, uno de los últimos acuerdos entre Gran Bretaña y Argentina fue el celebrado en 1999 (entre los cancilleres Di Tella y Rifkind), en el que se requiere que todo buque que transite entre el territorio continental argentino y las islas o atraviese aguas jurisdiccionales cuente con autorización previa; también incluye medidas que permiten la sanción de aquellas empresas que exploren o exploten recursos de hidrocarburos sin permisos argentinos (Página 12, 12/I/2011).
Acudiendo a la acusación de que Argentina está teniendo una actitud colonialista, según declaraciones del primer ministro inglés David Cameron...
Gran Bretaña se permite (sin sanción alguna) evadir las normas del derecho internacional, culpando a Argentina de perpetrar un bloqueo económico a la isla y de actuar con una actitud colonialista (ciertamente irrisorio si revisamos la historia de la expansión británica a escala mundial).
Más allá de la intransigencia de Gran Bretaña para negociar con Argentina por vías pacíficas, el punto nodal está en la relación entre recursos naturales-soberanía. Las denuncias de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se han centrado en la militarización británica de la zona del Atlántico sur. ¿Por qué la militarización? ¿Para resguardar qué cosa? La respuesta queda clara incluso en aquellos medios de comunicación que culpan a Argentina de bloqueo económico, como CNN, que informa: “La Armada Real británica decidió enviar el buque de guerra HMS Dauntless destructor hacia el Atlántico sur, medida que el Ministerio de Defensa británico consideró un despliegue de rutina, según informaron los medios británicos. Un submarino nuclear también se ha dirigido a las islas Malvinas, de acuerdo con las mismas fuentes. ¿Por qué además de apoyar a los habitantes de las Malvinas los británicos quieren aferrarse a las islas? La respuesta puede estar en las zonas de pesca alrededor de las islas que representan un negocio lucrativo, donde se desarrolla una industria de petróleo cada vez mayor” (CNN México, 7 febrero 2012).
Es sugerente que en esa misma nota se retome la declaración de un experto en política latinoamericana de una universidad de Texas que asegura que el gobierno argentino eleva el tema de Malvinas como una estrategia para distraer la atención de los problemas internos (Ibid). Más allá de estas opiniones de expertos extranjeros, lo cierto es que la disputa por las Malvinas es histórica y ha tomado un cariz latinoamericano pues es uno de los conflictos para el que diversos organismos, como la Unasur, el Mercosur, la ALADI, la Cumbre Iberoamericana, etcétera, vienen solicitando hace tiempo una resolución pacífica y el respeto por la soberanía (que, queremos pensar, exceden a las supuestas estrategias de disuasión planteadas desde la Casa Rosada).
Por último, vale señalar que al menos desde 2010, Gran Bretaña está realizando exploraciones y perforaciones en el Atlántico sur y en el archipiélago austral. Las empresas involucradas incluyen capitales europeos (por ejemplo Rockhopper), pero también estadunidenses, como la empresa Anadarko Petroleum (Cadena 3, 24 enero 2012). El conflicto por las Malvinas da cuenta pues de la importancia geopolítica y geoeconómica de América Latina en el contexto de la disputa creciente (y cada vez más violenta) por el acceso a recursos naturales estratégicos por los países centrales. También permite analizar el papel protagónico que pueden tener los organismos de integración económica y política a escala regional.
Silvana M. Romanol es Doctora en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Córdoba; licenciada en Historia y en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Becaria posdoctoral de la Coordinación de Humanidades-Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, Universidad Nacional Autónoma de México.

Malvinas, imperialismo cultural y autodeterminación

Por Rina Bertaccini (*)

Hace pocos días ha tomado estado público un curioso pronunciamiento suscripto por 17 intelectuales, periodistas, historiadores y periodistas que lleva el título “Malvinas, una visión alternativa”. Al respecto el diario conservador “La Nación” de Buenos Aires, en su edición del 23 de febrero pasado, sostiene: “uno de los ejes centrales de la propuesta es que el gobierno (argentino) adopte una posición que tenga en cuenta el principio de autodeterminación de los isleños”.
En realidad, este reducido grupo de personas, algunas bastante conocidas, repite en el documento los insostenibles argumentos con que la Corona Británica pretende justificar su presencia colonial en los archipiélagos del Atlántico Sur. El pensamiento colonizado que ellos encarnan se había expresado antes en diversos artículos y amplificado gracias a los medios monopólicos de información.
Entre esas personas, un caso paradigmático –y en cierto modo patético- es el de la reconocida intelectual Beatriz Sarlo, columnista de La Nación. En su artículo del 27 de enero de 2012, sostiene, entre otras cosas, que “Malvinas es un absceso envenenado de la sensibilidad patriótica nacional”. Ironiza además sobre la leyenda que las Madres de Plaza de Mayo escribieron oportunamente en sus pañuelos blancos: “las Malvinas son argentinas y los desaparecidos también”, sin entender el profundo significado de esa consigna. Y trasunta un gran desprecio por el pueblo argentino al sostener, por ejemplo, que “es una pobre identidad la que se sostiene como identidad territorial”; conclusión falsa de toda falsedad.
Por cierto, que los firmantes del documento, por gozar de un elevado nivel de instrucción y poseer, en conjunto, suficientes conocimientos históricos y jurídicos, no ignoran que la actual población de Malvinas, por definición, no constituye un “pueblo” y, por lo tanto, no puede ser sujeto del derecho de autodeterminación. Saben asimismo que reconocer –como lo hace la Constitución Nacional Argentina- el “respeto al modo de vida” y los intereses de los isleños, es bien distinto de reconocer la autodeterminación de una población trasplantada a las islas tras un acto violento de desalojo de la población original.
Es por eso legítimo concluir que estamos en presencia de un caso de imperialismo cultural (o imperialismo en lo cultural) según lo definen diversos autores. Dicho de otro modo, de un intento de “ejercicio de la hegemonía (…) a través de un proceso consciente de manipulación, tergiversación, subestimación, destrucción y suplantación del sistema de valores” que es patrimonio de una sociedad determinada, siempre con el propósito de consolidar o perpetuar la dominación. El imperialismo en lo cultural ha alcanzado su identidad “con contenidos de métodos, procedimientos, objetivos y fines concretos, preconcebidos y sistemáticamente aplicados; a raíz del arreglo a planes diseminados ex profeso por especialistas al servicio del poder de las sociedades dominantes” (1).
Desde este enfoque, resulta coherente que los autores de la denominada “visión alternativa” subestimen intencionadamente la cuestión de la soberanía argentina en los archipiélagos del Sur y desprecien el legítimo patriotismo de nuestro pueblo que pretenden igualar con un despectivo “patrioterismo”. Es natural que pongan en duda la soberanía argentina en Malvinas como lo hace el historiador Luis Alberto Romero en un artículo publicado en La Nación.
El imperialismo cultural va de la mano de la adopción del discurso del imperio dominante y el silencio sobre el papel de la OTAN como nave insignia de la política de guerra del imperialismo real que militariza el Atlántico Sur, roba escandalosamente los recursos naturales que pertenecen al pueblo argentino y amenaza la paz en la región.
Digamos por fin que este lamentable documento, afortunadamente, no es representativo del conjunto de la intelectualidad argentina. Es que mientras la inmensa mayoría de nuestro pueblo hace de Malvinas una causa nacional, mientras millones de personas, entre ellas decenas de miles de jóvenes y trabajadores de la cultura han ganado las calles en los festejos del bicentenario de la independencia patria, quienes lo suscriben están expresando un pensamiento al parecer anclado en un pasado que ya no se corresponde con los vientos de renovación que soplan con fuerza en el continente como preludio de una nueva época.

(*) Rina Bertaccini, presidenta del Mopassol de Argentina y vice presidenta del Consejo Mundial por la Paz.

Ver “Imperialismo cultural en América Latina”, compilador Robert Austin, Págs. 3 y 4. Ediciones CECATP, Santiago de Chile, 2006.

VERGÜENZA NACIONAL
Stella Calloni

Hace unos días un grupo de 17 periodistas, intelectuales y constitucionalistas firmaron un documento vergonzante que reclama revisar la política del gobierno argentino, por cierto apoyada en este caso por legisladores de todos los partidos opositores como un reclamo nacional de viejo cuño- - por el caso de las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, tomadas violentamente por la armada británica en 1833.
En esa operación las tropas británicas. desalojaron a los habitantes argentinos del lugar, los expulsaron de sus tierras, razón por la cuál este tema se incluyó en la agenda de descolonización de Naciones Unidas.
En una de sus demandas increíbles el grupo sugiere que el gobierno considere "el principio de autodeterminación" de los isleños británicos ( kelpers), que viven allí, muchos de ellos descendientes de aquellos primeros transplantados artificialmente y otros que son parte de la renovación del contingente que ocupa el lugar.
Entre ellos están familias de los militares que han instalado una base estratégica en la isla Soledad, parte del diseño de la militarización del Atlántico Sur. Esta es parte de una red de bases perfectamente conectadas, alrededor de América Latina y el Caribe, puertos vitales para la IV Flota resucitada por Estados Unidos, para sus nuevas guerras coloniales en el mundo, utilizando a la Organización del Atlántico Norte (OTAN) como una fuerza de ataque global e ilegal.
Los firmantes colocan como víctimas a esas familias inglesas, que han sido tratadas con respeto siempre, como miles d eingleses que han vivido y viven en Argentina, sin que hayan recibido jamás un maltrato ni discriminación.
El texto está firmado por Jorge Lanata, Juan José Sebreli, Emilio de Ípola, Pepe Eliaschev, Rafael Filippelli, Roberto Gargarella, Fernando Iglesias, Santiago Kovadloff, Gustavo Noriega, Marcos Novaro, José Miguel Onaindia, Vicente Palermo, Eduardo Antin (Quintín), Luis Alberto Romero, Hilda Sabato, Daniel Sabsay y Beatriz Sarlo.
El ya fallecido escritor británico, Graham Green, a quien entrevisté en Panamá en los años 80, cuando veía a algunos sectores de la oligarquía panameña defender la presencia de Estados Unidos en la Zona del Canal de Panamá, solía decir: en Francia serían colaboracionistas, en Gran Bretaña traidores.
No le gustaban los eufemismos, porque el lenguaje es intensamente rico y hay palabras que lo definen todo. No hay que buscar laberintos ni sinónimos cuando una palabra, una frase corta reemplazan un discurso inútil.
Durante años el pueblo panameño luchó en absoluta inferioridad de condiciones contra la presencia colonial estadounidense, que mantenía el ilegal enclave de La Zona del Canal de Panamá, donde impuso hasta 20 bases militares, entre ellas la tristemente célebre Escuela de las Américas.
Una y otra vez jóvenes panameños fueron asesinados por los militares de Estados Unidos y los Zonians, habitantes norteamericanos de la Zona , como los kelpers lo son de las Islas Malvinas.
Fue el general Omar Torrijos, como figura líder de la llamada revolución panameña, que nunca ocupó el cargo de presidente, quien logró interesar a todo el mundo en apoyar las negociaciones para el retiro definitivo del Comando Sur del Ejército estadounidense de la Zona del Canal. Llevó la cuestión ante la OEA , ante organismos internacionales, por supuesto que en otro tiempo, cuando aún Naciones Unidas disimulaba elegantemente su dependencia del poder hegemónico.
Torrijos viajó por el mundo buscando apoyo a la negociación porque era evidente que un país pequeño de sólo dos millones de habitantes en esos tiempos, no podía enfrentarse a semejante poder de fuego.
Finalmente con el ex presidente James Carter en el gobierno de Washington logró firmar en 1977 los Tratados Torrijos-Carter que pusieron una fecha final para el enclave colonial, aún cuando a último momento algunos senadores agregaron cláusulas muy peligrosas para el futuro.
Luego incluso de la unilateral y cruenta invasión a Panamá en 1989 que dispuso cobardemente el gobierno de George Bush (padre) bajo el nombre de Causa Justa montada sobre mentiras comunes a este tipo de acción, a fines de 1999, se levantaron las bases y los zonians, que intentaron rebelarse y permanecer en el paraíso panameño debieron abandonar el lugar, sus grandes casas de madera, todo. Ahora allí viven panameños.
Ni siquiera a los propios norteamericanos se le ocurrió que los zonians, porque llevaban tantos años viviendo en un territorio ocupado por sus tropas militares, tenían derecho a la autodeterminación.
Lo insólito de este documento que publicó el diario La Nación no es el documento en sí, ya que el grupo firmante colabora con los medios monopólicos locales y por lo tanto defiende el discurso único del poder hegemónico mundial en estos tiempos, aunque se consideran a sí mismos como independientes(no se sabe de qué).
Lo insólito es asistir al descenso a los infiernos de la traición, enredados en la vanidosa percepción que le da la impunidad de estar protegidos por los poderes fácticos.
Un descenso que no hubiéramos querido ver en algunos que en un tiempo aparecieron incluso como jóvenes esperanzas o referentes marxistas de muchos de los miles de jóvenes desaparecidos por la pasada dictadura.
Los mismos que hoy tampoco usarían eufemismo alguno para calificar al grupo de defensores del discurso burdo del envejecido colonialismo británico. Capaces de decir como David Cameron que la Argentina es en realidad colonialista por intentar recuperar un territorio propio situado en sus costas marítimas y a más de 14 mil Km del colonizador: el Reino Unido.
Beatriz Sarlo ha dicho "las Malvinas no puede ser una cuestión nacional sagrada. Lo dice para justificar lo injustificable y como son tiempos donde el poder hegemónico estima que la soberanía es un concepto a revisar la ensayista no sólo pide que se considere a los isleños como "sujetos de derechos", sino que insta a "redefinir el nacionalismo territorial".
Desoladora confesión de partes, sobre todo de parte de Sarlo para quien una buena redefinición sería algo así como una Doctrina Monroe, ¿o acaso una Doctrina de Seguridad Nacional como la que impuso Estados Unidos en nuestros países en los aciagos años 70, redefiniendo nacionalismos territoriales?. 

Revista POLITICA N° 11 - Carta del Director ll Para la Independencia y Unidad de América Latina- Carta del Director
Néstor Gorojovsky

Aunque esta revista se publica en la Argentina, pretende tener un espíritu y un enfoque latinoamericano. Sin embargo, esta carta se concentra sobre un tema “argentino”: la cuestión de soberanía sobre los territorios insulares ocupados por el Reino Unido en el Atlántico Sur.
Aclaramos entonces que si así lo hacemos, no se debe a que Política se edite en la Argentina, sino a que para nosotros la cuestión de las Malvinas e Islas del Atlántico Sur jamás fue asunto argentino, sino de todos los latinoamericanos.
Se olvida frecuentemente que la monarquía borbónica de Madrid, en el siglo XVIII, había decidido instalar el comando naval sudatlántico en Montevideo. La victoria de los Habsburgo sobre los gérmenes de una España burguesa, acaecida a principios del siglo XVI en torno a la sucesión de los Reyes Católicos, había garantizado la supervivencia de la parasitaria clase señorial castellana y sancionó por dos largos siglos el atraso, el desmedro y la fragmentación de España. En su voluntad transformadora de esas funestas estructuras putrefactas, la renovación capitalista de los Borbones incluyó también una decidida modernización de la organización territorial del Estado y en especial de su despliegue oceánico.
Una de las primeras medidas en ese sentido fue, justamente, la remodelación del ya desmedrado pero recuperable poder naval español, y no es por cierto una casualidad que fuera en la recién fundada ciudad de Montevideo que la monarquía localizara el comando general del Atlántico Sur, con jurisdicción hasta las islas africanas de España y, por supuesto, las Malvinas y dependencias inmediatas.
La cuestión de las Malvinas, entonces, se plantea ya desde el inicio como un asunto de poder planetario y no como una pequeña disputa localizada entre un Estado sudamericano y un Estado de Europa noroccidental. Si la República Argentina mantiene un diferendo con el Reino Unido no se debe a acontecimientos posteriores a nuestra independencia, sino a los derechos que nos asisten como herederos directos del poder ibérico en el Atlántico Sur.
La persistente presencia británica en las Malvinas carece de toda motivación económica directa. Su verdadero sentido lo provee indirectamente un viejo crítico de las artes y las costumbres, el influyente y reaccionario tory Dr. Samuel Johnson, para quien (¡en 1777, cuando algunos británicos intentan hacer pie en un islote cercano a la Isla Soledad!) los intereses de Inglaterra en las Malvinas podían resumirse en los siguientes términos:
"…triste y sombría soledad... una isla arrojada lejos del uso humano, tormentosa en invierno y estéril en el verano; una isla a la que ni siquiera los salvajes sureños han dignificado con su esfuerzo de población; donde una guarnición debe ser mantenida en un estado que observa con envidia a los exiliados de Siberia; una isla en donde los costos serán perpetuos y su utilización, ocasional; y en la que, si la fortuna sonriese a nuestro trabajo, podría llegar a convertirse en un nido de contrabandistas en tiempos de paz y, en tiempos de guerra, en refugio de futuros bucaneros..."
Es importante señalar, por si no se desprende con claridad del texto, que el Dr. Johnson no participaba del entusiasmo de quienes llamaban a asegurar la presencia británica en Malvinas. No por casualidad era el que expresaba los intereses de las capas más vinculadas a la propiedad de la tierra en Inglaterra, y las más alejadas de la expansión comercial de la pujante nación burguesa y manufacturera.
Reiteremos las en su momento muy escuchadas sugerencias del Dr. Johnson: “una isla en donde los costos serán perpetuos y su utilización, ocasional; y en la que, si la fortuna sonriese a nuestro trabajo, podría llegar a convertirse en un nido de contrabandistas en tiempos de paz y, en tiempos de guerra, en refugio de futuros bucaneros...” ¿Qué habrá ocurrido para que sesenta años más tarde Inglaterra se lanzara a la aventura de ocupar ese territorio? En primer lugar, se había cerrado el ciclo abierto por la Revolución Industrial y la burguesía había llegado al poder en Londres, para no abandonarlo jamás. Pero también habían ocurrido por lo menos dos cosas más: España había desaparecido como potencia naval (menor, pero real), lo que reducía grandemente los costos “perpetuos” de ocupación, y además la victoria de los balcanizadores anglocriollos del Puerto de Buenos Aires había desgajado el apostadero naval de Montevideo, y había ocluído por todo un período histórico la posibilidad de proyectar una política soberana en el Atlántico Sur.
El archipiélago había quedado en manos de una laxa confederación en permanente guerra civil, que apenas si podía sostener la soberanía territorial sudamericana y, como supieron ver los británicos que perpetraron el golpe de mano, tendría problemas para su soberanía marítima austral. Desde 1823 había un asentamiento rioplatense en Puerto Luis, que a diez años de existencia tenía 500 personas, pero no hubo el poder naval suficiente, o no hubo suficiente decisión en el comandante Pinedo que estaba a cargo de la posición, para sostener la soberanía en ese sitio.
Eso, por el lado de los costos. Pero por el lado de los beneficios, habría que corregir levemente al Dr. Johnson. Los “nidos de contrabandistas” y “refugios de bucaneros”, por mucho que le disgustaran al recalcitrante y santurrón polígrafo tory, estaban lejos de ser objeto del repudio de Inglaterra. Baste para percibirlo recordar que a mediados del siglo XVII –aunque, es cierto, bajo la abominable República regicida de Oliverio Cromwell- no tuvo empacho alguno en transmutar al sanguinario pirata Henry Morgan en no menos sanguinario gobernador de Jamaica. Pero nunca viene mal una declaración explícita de que los “nidos de contrabandistas” o los “refugios de bucaneros”, lejos de ser actividades privadas a las que la ley inglesa no podía domeñar, formaban parte de una política global que ponía en ejecución, y el Dr. Johnson nos la da servida en bandeja.
El Dr. Johnson, en su afán derogatorio del esfuerzo por las Malvinas, perdía de vista un aspecto colateral del asunto que no pasaron por alto los planificadores estratégicos del Almirantazgo: el hecho de que hasta el 15 agosto de 1914 (en que se inauguró el Canal de Panamá) la única vía de conexión entre el Atlántico y el Pacífico fueran el Estrecho de Magallanes y los canales de la región adyacente, particularmente el Canal de Beagle.
Como bien hizo notar alguna vez Alberto Methol Ferré, la creación de la República Oriental del Uruguay, en 1828, colocó a Montevideo en la órbita directa de Londres. Y la ocupación de las Malvinas, en 1833, completó el dispositivo de control oceánico para dominar el flanco atlántico de la circunnavegación del extremo meridional de América del Sur. Adicionalmente, en caso de necesidad, desde las islas se podría influir sobre los territorios propiamente continentales de Sudamérica (como de hecho sucedió desde el último cuarto del siglo XIX). Pero el control de la boca del Plata y del corredor bioceánico (único practicable hasta la apertura del canal de Panamá) quedaba garantizado.
El fracaso del Congreso Anfictiónico de 1826, la “independencia” de Montevideo y la Banda Oriental, y la ocupación militar de las Malvinas en 1833 son tres actos del mismo drama. El primero marcó el derrumbe del proyecto bolivariano y sanmartiniano, la segunda garantizó para Inglaterra el control de las costas americanas del Atlántico Sur, y la tercera puso en sus manos Magallanes y los pasos anexos.
Quizás convenga hacer notar, además, que el control de las Malvinas yugulaba el comercio transoceánico de Chile con tanta eficacia como lo hacía con el de Holanda el control del Canal de la Mancha. El Estrecho era para Chile más importante, si cabe, que para cualquier otro país sudamericano, aunque no carecía de interés para Bolivia (por entonces con puertos sobre el Pacífico) y para Perú. Constituía su puerta con el mundo comercial al cual se orientaba su navegación de ultramar (recién en la segunda mitad del siglo XIX se iniciará el crecimiento de California).
Cuando, diez años después de la ocupación ilegal de las Malvinas, el gobierno de Chile instala Fuerte Bulnes en el morro de Punta Santa Ana (cinco años más tarde lo traslada a Punta Arenas), la presencia británica en las Malvinas asegura que ese acto de soberanía chilena se limite en sus alcances y, finalmente, revierta en la conversión del puerto chileno sobre el Estrecho en punto de escala cosmopolita (que es como decir inglés) en el paso bioceánico. Sobre la proyección antiargentina de la colonia británica en Malvinas ya se ha escrito en una importante nota de Hugo A. Santos en otro número de nuestra revista, pero importa señalar que aún la famosa “amistad” entre Chile y Gran Bretaña contra la Argentina empieza con una extorsión implícita que se ejerce desde las Malvinas sobre el estado chileno.
La proyección magallánica de las Malvinas es, desde el punto de vista de la lógica imperialista, un dato de magnitud equivalente a su proyección antártica. Ya en nuestros días el canal de Panamá es intransitable por buena parte de la flota comercial. La pretensión estadounidense de relanzar la IV Flota con comando en Miami y con teatro de operaciones en los océanos circundantes de América Latina enfatiza la importancia del control estratégico de ese corredor interoceánico (ya que también en el caso de las marinas de guerra Panamá impide el paso de los grandes navíos). Para la burguesía británica, la posesión de la llave insular de ese paso es un activo no menor al momento de discutir su lugar dentro de la Tríada imperialista y en sus negociaciones con el hegemón estadounidense.
Pues bien: la condición inexcusable para que todo este andamiaje funcione bien es la balcanización latinoamericana y, en especial, sudamericana. Lo único que puede forzar a Gran Bretaña a ceder en sus pretensiones sobre nuestro territorio insular ocupado es la constitución de un bloque sudamericano que las enfrente en común, y solidariamente con la Argentina. Y precisamente esto es lo que ha empezado a surgir con las creaciones sucesivas del Mercosur, la UNASUR y, ahora, la CELAC.
Es difícil enfatizar suficientemente la importancia que ha tenido el apoyo brindado a la Argentina frente a Gran Bretaña por los integrantes de la CELAC que a su vez forman parte de esa “alianza” extorsiva y expoliadora que hegemoniza el Reino Unido y se denomina CARICOM. Las energuménicas reacciones del gobierno conservador de Londres, acuciado además por gravísimos problemas internos, revelan cuán profunda ha sido la estocada.
Y por si hiciera falta una confirmación más plena de las potencialidades que tiene una política de cerco sudamericano a la pretensión británica, la hay en la reciente decisión de los países del Mercosur, Bolivia y Chile de negarle toda entidad a la “bandera” que pretendió entregarle Londres a los tres mil súbditos británicos que, al amparo de una guarnición de magnitud equivalente, residen en el territorio argentino de las Malvinas.
El hecho de que haya sido nada menos que el presidente del Uruguay, ese país creado como “Estado tapón” por la ingeniería diplomática británica, quien afirmara con mayor contundencia el repudio a ese grosero intento de sentar precedentes de una “nacionalidad” de esos británicos residentes en ultramar, tiene tanta importancia como el respaldo que a la misma medida brindó el gobierno de Sebastián Piñera en Chile. La perspectiva de que ese apoyo de Piñera a la Argentina implique también un probable punto final a los vuelos entre Punta Arenas y Puerto Argentino está llevando al gabinete Cameron a considerar la posibilidad de construir un aeropuerto comercial de escala para la isla de Santa Helena (otro enclave rapiñado por Londres, desgajado en este caso de África), un gasto no precisamente bienvenido en tiempos de crisis económica severa.
En síntesis: tan sudamericana, tan latinoamericana, es la cuestión de las Malvinas que así como Gran Bretaña se aseguró primero la balcanización para luego ocuparlas por la fuerza (no sin la resistencia de los criollos de Antonio Rivero, que forzaron al trasplante completo de la población en 1834), los primeros pasos de la reunificación ya le permiten a la Cancillería argentina provocar histéricas jaquecas en el régimen conservador de Londres. Es el momento de poner en práctica, creemos, todas las consecuencias de esta constatación.
Nunca como hoy se revela la validez de la doctrina del general argentino Jorge Leal: nuestro país debe hacerse cargo de toda su herencia. Y tiene que poner las Malvinas, que son una herencia iberoamericana, en cabeza de todos los sudamericanos. La solidaridad en este conflicto promueve la adopción, por parte de los argentinos, de la doctrina de las Malvinas Sudamericanas, de unas Malvinas bajo soberanía común de los países de la Patria Grande.
Y en cuanto a los súbditos británicos que allí residen, mientras no exijan vivir bajo pabellón británico nada tenemos en contra de su presencia. Está en ellos decidir si prefieren, como dijo alguien, sumarse a la decadencia final de un imperio, o participar del proceso en marcha de reconstrucción de una nación de patrias.

Buenos Aires, febrero de 2011