viernes, 15 de mayo de 2009

MUERTE AL REPRESOR - MARCELO SPERANZA

MUERTE AL REPRESOR 
(BORRADOR DE UNA NOVELA INCONCLUSA)

El 16 de agosto de 1991 amaneció frio y lluvioso. Desde las 5 y 45 Gaba velaba las armas en el garage de una casa deshabitada del barrio Belgrano, en Morón, mientras que Martín se preparaba para interceptar al tipo. Ella vestía una campera de cuero negro y ajustados pantalones de lona azul. Cubría su peluca con una boina violeta y contra la opinión frecuente, usaba guantes de nobuk. Martín, por su parte, enfundado en un overoll verde, anteojos de utileria y barba postiza, parecía un obrero de la fábrica de tractores de la zona. Habían ensayado el operativo unas diez o doce veces.
Y sin embargo, ya en el escenario real, la posibilidad de fracasar -error, imprevisión, azar- estaba ahí, tan cierto como la diferencia entre vida y muerte.
El ladrido de un cuzco los sobresaltó.
El tipo acababa de atavesar el jardín y se dirigía, como en los últimos veinte años, al Batallón 601, en Campo de Mayo. La Gaba soltó el seguro de su arma. Martín puso el Chevrolet en primera y lo aguantó, bajo un cielo empavorecedor. Miró el reloj : 7.04. Dos segundos más tarde, el tipo abrió la puerta de calle.
Se abalanzaron sobre él. Martín lo golpeó con la barreta. El tipo cayó semidesvanecido. Por unos segundos, Gaba lo apuntó con la pistola y esperó que tuviera los ojos bien abiertos. Luego disparó impasiblemente, sin rastro de emoción, hasta vaciar el cargador. Ojos congelados en el postrer momento, ojos bien abiertos por el horror y la sorpresa. La captura del acechador.
Un trabajo limpio, indoloro, sin los estigmas de la mala muerte.
El operativo Muerte al Represor había culminado.

Habla Martín

Bar de Dorrego y Nicaragua. Palermo Viejo. Cercanía del otoño. Ya se huele. (Desde hace varios dias se huele. Se nota en el olor que acerca el viento, en la intensidad de la luz, en las hojas de las enhiestas acacias). El otoño viene con un ojo gris y otro dorado. Un otoño sarco. Soledad. Cuaresma. Comienza el tiempo lánguido y ominoso que desemboca en las calles del Via Crucis.

Habla el testigo

Marzo hace veintiún años: 1976. Otro café, el Bijou, Cuenca y Nogoyá, Villa del Parque, donde según el viejo Zolezzi, cantó Gardel a pedido de los vecinos (eso lo supo casi dos décadas más tarde cuando editó la publicación barrial).
Paredes recubiertas por madera oscura -el término ’boisserie’ es demasiado presuntuoso- donde se amortigua el ruido de los tacos y bolas.
Un convoy de camiones militares y patrulleros se detiene. Es sábado. Media mañana. Luz y silencio.
Todo el mundo mostrando cédula o documento. Voces de mando.
Y ustedes, qué carajo hacen aquí ?
A uno que está en las mesas de billar, lo palpan y después se lo llevan porque no tiene documentos.
Martín cree tener encima unos volantes del Partido Auténtico.
Por eso el terror súbito, la perplejidad, la desesperación contenida. Oremus. Somos jovenes. Martín Ballesteros tiene 24. Yo, 19 recién cumplidos. Vengo de un sector de JP enfrentado a las Regionales. Martín simpatiza con los Montos. Somos amigos, estamos en distintas trincheras, odiamos al mismo enemigo, el partido militar, la dictadura.
Yo nunca fui creyente. Y rezo, aunque jamás lo admita. La muerte sobrevuela el café. Semipenumbra. Silencio. Pienso en el bolsillo de la manga izquierda de la campera de nylon azul de Martín donde estaría guardado el dichoso volante. La muerte pasa, sigue de largo. La calle se ilumina. La desvaída luz desaparece. Urgencia de salir. Pero no. No tan rápido. A ver si sospecharon algo y nos están esperando...
De nuevo el silencio. Un rato nomás que son centurias.
Pongámonos de acuerdo: hablábamos de minas y de libros, novelas, Hermann Hesse. Claro.
No fue necesario. Salimos caminando hacia el lado de la estación. Lo venían diciendo las vecinas.
Hice el cálculo que en un radio de pocas manzanas se llevaron a cinco: por la Av. Francisco Beiró, casi Campana, a uno del ERP; en José P. Varela y Llavallol, a una guerrillera; dos hermanos, militantes ambos de ¿ Vanguardia Comunista ? a la vuelta de la casa paterna, también sobre José P. Varela; otros pibes por la misma zona.
Reúno la información dispersa que circula en el barrio. Escucho y callo. Y me pregunto si no seré el próximo.

Habla el amigo común

Al Ruso el patrullero se le había estacionado justo en la vereda del departamento que ocupaba junto a su madre. Encima habían prendido las luces de la sirena. Apenas miraba por las rendijas de la persiana. El sudor le caía a borbotones. No es que el tipo fuera de la M. Todo lo contrario.
Con el Ruso estabamos del mismo lado, formábamos parte de los peronistas no montoneros ni fachos del barrio.

Habla el amigo común

Una vez, en el bar de Cuenca y Beiró, cuando todavia no le había llegado la reforma de los ‘80, desde una mesa, nos haciamos oir. En la otra había unos pibes de la izquierda no peronista, estaban los dos hermanos que después fueron secuestrados por grupos de tarea y blanqueados puestos a disposición del P.E.N, luego del golpe militar.
Sintió pena por ellos.
Para entonces, El Brujo habia ordenado que volaran la cúpula de Encuadramiento.

LOS PRÓJIMOS

Los hermanos Martín y Jose Enrique Ballesteros escucharon los primeros golpes y se enseguida se acordaron de la colección completa de El Desca, de unas cuantas Militancias y de unos pocos números de El Auténtico que guardaban a pesar del golpe.
De clase media ilustrada, ninguno de los dos militó en organización guerrillera alguna, pero eran entusiastas simpatizantes del ala izquierda del peronismo.
Jose Enrique hubiera votado a la APR de poderlo hacer, pero estaba en Perú.
En 1976 tenía 29, casi dos años más que Martín.
Los ruidos venían del departamento de arriba. Una silla que cae, unos gritos, se viene la noche.
Ahora oran juntos: Dulce Jesús mio en vos confío. La jaculatoria que tanto le gustaba a Jose Enrique
Padre nuestro que estás en la cielo... Los ruidos siguen creciendo. El grupo de tareas en acción. Habían llegado en un Falcón verde, subido a la vereda, abierto la puerta del edificio con el paragolpes luego de tratar infructuosamente que la encargada les abra.

Habla Martín

Como telón de fondo, una luz cetrina. Desvaída luz que centellea en los ojos del otoño.
En ese entonces deseaba caminar y no parar nunca. Me había puesto los zapatos de caminar.
Me deslizaba por la nada en busca de sentido. Tenía un corazón colmado de anhelo.
Al pasar por una de las casas deshabitadas del barrio -hasta 1966 los pibes de la cuadra frecuentábamos cuatro o cinco- recordé la angustia que me provocó ingresar en aquella mansión. Fue en 1962 ? Todavía estaba la librería El Abuelito. Bajo esa luz extraña y un estado sensorial fuera de lo común, entramos al filo de la tarde, los amigos de infancia: Horacio, Semilla, Héctor, el Renguito.
Atravesamos el cerco de alambre tejido. Después el jardín abandonado. Llegamos a la parte posterior y por una abertura en la puerta que daba a la cocina, llegamos a los ambientes de la casa, no sin antes esperar, en penumbra, tirados en el piso -oídos agudizados y piernas listas- que cesaran los pasos que creímos escuchar en el patio. Primer gran descubrimiento: una enorme cantidad de propaganda médica, revistas y folletos.
La segunda sorpresa son las pilas de muestras de medicamentos, envolturas vacías, prospectos, más impresos. Y el silencio. Me llevo unas revistas Jano y algunas muestras vencidas, comprimidos y ampollas.
Ya la tarde cae. Desciende sobre nos la angustia primera. Angosto pasillo hacia la calle. Desde los escondrijos asoman las larvas, anélidos arrastrando las babas por los intersticios. Empiezo a encogerme, a volverme niño, a regresar al útero. Deseaba quedarme allí para siempre. Entraba en una oscuridad poblada de propaganda medicinal, collage de obras de arte, marcas de diseño, ilustraciones de poderosos trazos y condensada tipografía.
Una desteñida luz violácea me sigue cuando subo las escaleras hasta mi pieza de estudio, en la terraza. Ultima escena: guardo el botín de revistas y folletos.
En estas escenas creo descubrir mi vocación de buceador de las tinieblas.

Habla Gaba

Creo que mi verdadera esencia es la del francotirador. Nunca me gustaron las ortodoxias doctrinarias ni las disciplinas partidarias. Díscola y heterodoxa, con el tiempo terminé rechazando grupos o circulos. La última experiencia la tuve en 1990 con la gente de Praxis. No, miento. La tuve con la gente del Centro de Estudios.

Habla el testigo

Para entonces, se había despojado de su barba y solo el bigote crecía debajo de aquella nariz griega.
Era tachero y andaba calzado con una 38 esperando alguna dia encontrarlo.
En 1987, en ocasión de un viaje a Morón, nuestro hombre encontró al milico que ofició de secuestrador.
Lo espero, lo llevo a un descampado y lo ejecutó.

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