miércoles, 23 de diciembre de 2009

RECUERDOS DE INFANCIA: MIS PRIMERAS LECTURAS

Como cualquier hijo de vecino, quien se dedica a escribir tiene recuerdos, sólo que una intensa nostalgia y cierta habilidad para la redacción, lo que le da un toque especial a su producto.

Ni es un privilegiado, ni posee un don especial. No hay misterio. El misterio está en la vida misma. O en el aire, en ciertas noches de primavera, cuando olés en San Telmo o Villa Devoto, el aroma del jazmín.

Comencé a leer literatura tempranamente, creo que porque sí y gracias a mi padre me compraba libros siendo muy chico -tendría 6 o 7 años-, y a un vecino del departamento en el primer piso de la calle Navaro 3309, don Enrique Diéguez, vendedor de El Ateneo, quien de tanto en tanto, nos obsequiaba a mi hermano y a mí alguna publicación de literatura, historia o arte. 

Una de mis primeras lecturas fue El Corsario Negro, del eterno Emilio Salgari -libro que no conservo- que alguien (familiar, vecino, amigo) me regaló para la primera comunión (1963). Con los años le regalé a Mariana, la segunda, en orden cronológico, de mis hijas ese título, de la misma colección (Robin Hood), pero de edición aggiornada.

También recuerdo, entre esos primigenios textos, otro libro, ya no de literatura, sino de viajes y descubrimientos, tapas azules, gran formato, perdido para siempre en alguna mudanza.

Unos años después, cerca del décimo de la existencia, la emprendí con un libro de papá, La Iíada, que sí atesoro en mi biblioteca y que no volví a leer hasta el presente.
De tapa en tela color naranja, con letras doradas con fondo negro en la mitad superior del lomo, está manchado, presumo, por un agente químico o por bacterias u hongos que ha degradado el fondo, dándole un color amarillo en algunos sectores. Fue editado en diciembre de 1962 por la “Editorial de Ediciones Selectas”, ubicada en Perú 1186, Buenos Aires.

De esas lecturas infantiles, no puedo dejar de olvidar las realizadas con gusto a través de los espacios de literatura consagrada en los libros de lectura obligatoria: los poemas de Bécquer, el Martín Fierro, versos de Fernández Moreno, párrafos de Platero y yo, capítulos de libros de Juana de Ibarbourou.

De don Enrique conservo una deliciosa compilación de Germán Berdiales: Nuevo ritmo de la poesía infantil, la que cuido como oro en polvo. Del fondo de la memoria llegan Anaconda y otros cuentos, de Horacio Quiroga, una edición de cubierta verde oscura o marrón, tamaño 20 x 10 cm, esfumada en la niebla de alguna mudanza y otro librito, cuyo titulo no recuerdo, sobre costumbres españolas, aquelarres, ilustrado con pinturas de Goya.

Estoy casi seguro que ése fue mi primer contacto con el misterio, luego de un libro de letras azules que utilizaba para el catecismo y cuyas ilustraciones con demonios, ángeles y cruentas escenas de la Pasión, fueron fuentes de mis primeros terrores infantiles.

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