martes, 16 de marzo de 2010

EL RETO DE LA MUNDIALIZACION - SAMIR AMIN

La mundialización, coartada del capitalismo salvaje

El discurso dominante hace de la mundialización una "obligación absoluta, una "ley incuestionable" contra la que no se puede hacer nada. Aún más, la mundialización sólo tendría un aspecto, la que se nos propone en su nombre, siendo todas las demás forzosamente utopías.
Ahora bien, la historia nos muestra exactamente lo contrario. La historia no está dirigida por el despliegue infalible de las "leyes de la economía pura" tal como lo imaginan los ideólogos del sistema. Se construye por las reacciones sociales a las tendencias que estas leyes expresan, las cuales definen a su vez las relaciones sociales concretas en el marco en que estas leyes operan. Este rechazo organizado, coherente y eficaz de la sumisión unilateral y total a las exigencias de estas supuestas leyes modela la verdadera historia así como la lógica "pura" de la acumulación capitalista. Dirigen las posibilidades y las formas de la expansión que se desarrolla por tanto en aquellos marcos en que imponen su organización.
Los retos a los que los pueblos se enfrentan hoy día son, sin duda, diferentes a los de ayer. Hay novedades. Son el resultado del conjunto de las transformación que han sufrido las relaciones sociales y las relaciones internacionales. Estas relaciones habían sido construidas al finalizar la segunda guerra mundial sobre la base de la derrota del fascismo. En Occidente, esto había creado una relación de fuerzas considerablemente más favorable para la clase obrera como no lo había sido nunca en la historia precedente. Esta nueva relación constituye la clave que permite comprender el compromiso histórico capital-trabajo del Estado socialdemócrata.
Igualmente, la victoria de la Unión Soviética y de la revolución china crearon unas condiciones que estimularon el desarrollo obligando precisamente al capital a ajustarse al compromiso histórico socialdemócrata. El debate sobre la naturaleza social de este desarrollo - socialista o no- y sus contradicciones internas en el origen de su derrumbe no debe hacernos olvidar este efecto estimulante de la competencia política Oeste Este. Simultáneamente el ascenso de los movimientos de liberación en el Tercer Mundo - la liquidación de la colonización- y la capacidad de los regímenes salidos de estas victorias para movilizar en su provecho los conflictos Este-Oeste han favorecido el crecimiento de las economías del Sur, crecimiento prodigioso en muchos de sus aspectos.
Por lo tanto, la expansión de la postguerra se produjo por el reajuste de las estrategias del capital ante las condiciones sociales que las fuerzas democráticas y populares le imponían. Justo lo contrario de las llamadas políticas de reajuste de nuestra época. Pero el período posterior a la guerra (1945-1990) es también el de la erosión progresiva de los equilibrios sobre los que se asentaba su sistema. Por una parte es, en efecto, el de la industrialización de las periferias, y por la otra, el desmantelamiento progresivo de los sistemas productivos nacionales centralizados y su recomposición en tanto que elementos constitutivos de un sistema productivo mundial integrado. Esta doble erosión es la nueva manifestación de la profundización de la mundialización. Esta ha carcomido progresivamente la eficacia de las gestiones de la modernización por el Estado nacional a la vez que aparecían nuevas dimensiones del problema, mundiales de golpe (el desafío del medio ambiente a escala planetaria). El sistema mundial ha entrado entonces en una fase de crisis estructural a partir de 1968-1971, crisis de la cual no ha salido aún un cuarto de siglo más tarde, expresándose por la vuelta masiva y tenaz del paro en Occidente, la caída de los regímenes del sovietismo, graves involuciones en ciertas regiones del tercer mundo generalmente acompañadas por una endeudamiento exterior insoportable.
Es así como se han recreado unas condiciones favorables para la puesta en marcha de la lógica unilateral del capital. La mundialización es hoy día la coartada detrás de la cual se esconde esta ofensiva del capital, que quiere aprovecharse de las nuevas relaciones de fuerza que le son más favorables para aniquilar las conquistas históricas de las clases obreras y de los pueblos. Lo que aquí decimos sobre la mundialización se aplica igualmente al proyecto europeo porque también se nos presente el proyecto europeo bajo un aspecto exclusivo, el de un "mercado común" privado de cualquier dimensión social progresista. En estas condiciones, este proyecto sirve igualmente de excusa para desmantelar el orden social producido por las socialdemocracias nacionales sin que le sustituya un compromiso capital/trabajo análogo a escala europea.

La gestión capitalista de la crisis mundial
 La crisis se expresa por el hecho que los beneficios obtenidos de la producción no encuentran salidas suficientes en inversiones rentables financieramente susceptibles de desarrollar las capacidades de producción. La gestión de la crisis consiste entonces en encontrar "otros mercados" a este excedente de capitales flotantes, para evitar su desvalorización masiva y brutal, tal como ya se produjo en los años 30.


La mundialización exige que la gestión de la crisis opere a este nivel. La liberación de las transferencias internacionales de capitales, la adopción de cambios flotantes, las tasas de interés elevadas, las políticas de déficit sistemático de la balanza de pagos americana, la deuda exterior del tercer mundo, las privatizaciones, constituyen en conjunto una política perfectamente racional que ofrece a estos capitales flotantes la salida de una huida hacia delante en la inversión financiera especulativa, descartando por ahí mismo el peligro mayor, el de una desvalorización masiva del excedente de capitales. Se puede hacer una idea de la enormidad de la grandeza de este excedente uniendo dos cifras: la del comercio mundial, que es del orden de 3.000 millones de dólares por año y el de los movimientos internacionales de capitales flotantes, que es del orden de 80 a 100.000 millones, o sea, treinta veces más importante.
En este marco de gestión de la crisis las instituciones internacionales son instrumentalizadas, para servir especialmente para controlar las relaciones Oeste-Sur y las nuevas relaciones Oeste-Este. Los programas de reajuste estructural impuestos en este marco no son pues en absoluto lo que su nombre quisiera sugerir. No se trata de transformar las estructuras de una manera que permitiera seguidamente un nuevo impulso general y la expansión de los mercados. No se trata más que de adaptaciones coyunturales sometidas a las lógicas a corto plazo de gestión de la crisis, en particular a las exigencias de la garantía de la rentabilidad financiera de los capitales excedentes. Las exigencias de la gestión de la crisis están en el origen de la "financiarización" del sistema. La protección prioritaria de la rentabilidad de las inversiones financieras, sea en detrimento de las inversiones productivas, agrava la desigualdad en la repartición de los beneficios tanto en las escalas nacionales como en la mundial, y encierra en una espiral de estancamiento que hace difícil la salida de la crisis. Por el contrario, eso implicaría la modificación de las reglas sociales que dirigen el reparto del beneficio, el consumo, las decisiones de inversión, la gestión financiera, es decir, otro proyecto social distinto al que prevalece actualmente.

Otros aspectos de la mundialización son necesarios y posibles

El capitalismo es un sistema mundial y la ofensiva del capitalismo salvaje también lo es. La respuesta a esto, la solución del problema por tanto debe serlo también. Pero el socialismo mundial -la única respuesta humana al desafío- no es para mañana, hay que actuar desde ahora mismo en un sentido que favorezca una evolución favorable a más largo plazo, saber insertarse en los márgenes de acción posibles -por tenues que sean- para reforzar las capacidades de elección en un futuro. Sin duda estas posibilidades son diferentes en cada país, pero se inscriben en una misma perspectiva porque, en definitiva, las políticas del capital son las mismas al Norte que al Sur, en todas parten producen el paro, la pobreza y la exclusión, incluso si la herencia histórica y la posición ocupada en la jerarquía mundial dan dimensiones más o menos dramáticas a la catástrofe social. Existe pues una base objetiva sobre la cual puede y debe erigirse el internacionalismo de los pueblos, frente al del capital.
Si el mundo no puede gestionarse como un "mercado mundial", el hecho de lo que la mundialización representa no puede ya ser rechazado y negado. Nunca es posible "remontar hacia atrás" el curso de la historia. Volver a los modelos de la expansión de postguerra implicaría regresiones económicas y de otros tipos insostenibles. Es por lo que las ideologías del pasado que niegan el carácter irreversible de la evolución recorrida, necesariamente son llamadas a funcionar como fascismos, es decir, a someterse de hecho a las exigencias de las nuevas condiciones impuestas por la mundialización mientras que se pretende liberarse de las mismas. Están pues fundadas sobre el engaño y la mentira, y es por lo que únicamente pueden funcionar mediante la negación de la democracia. Por lo tanto, ellas están abocadas a movilizar a las sociedades sobre falsos problemas - la emigración, la pureza étnica, la sumisión a leyes supuestamente religiosas - y a instrumentalizar estos métodos para imponer sus dictaduras mediante el terror o la manipulación del chovinismo.
Por tanto, ahora el reto consiste en conciliar la interdependencia que la mundialización implica y las desigualdades de poder frente a esta mundialización que, como se dice, caracterizan los diferentes "compañeros sociales" y los diferentes "compañeros nacionales". Hay que partir de esta evidencia banal: el mundo es a la vez único y diverso. Pero cuidado, la diversidad no es únicamente -o incluso principalmente- cultural. El acento puesto sobre esta última relega a un segundo plano la diversidad mayor, la de las posiciones ocupadas en la jerarquía económica del capitalismo mundializado. Es a esta última a la que hay que combatir en primer lugar.
No solamente ésta se manifiesta en las desigualdades entre los pueblos sino también en las desigualdades sociales internas. No habrá solución a la crisis en tanto que no sean reforzadas las posiciones de todos los "débiles" del sistema: los pueblos de las periferias, las clases sociales dominadas en todos los países de los centros y de las periferias. Dicho de otra manera, salir del "colonialismo global" y de los mitos liberales, rechazar los repliegues neo-fascistas ilusorios. Tales son los grandes principios a partir de los cuales se puede desarrollar una reflexión util para la construcción de un contra proyecto humanista, universalista y preocupado por respetar las diversidades (pero no las desigualdades), democrático.
La realización de un proyecto tal implica la construcción de un sistema político mundial, no "al servicio" del mercado mundial sino definiendo el marco de operación de éste, como el Estado nacional a representado históricamente no el campo de despliegue del mercado nacional sino el marco social de este despliegue. Un sistema político mundial que tendría pues mayores responsabilidades en cada uno de los cuatro dominios siguientes:

(I) La organización de un desarme global en los niveles apropiados, liberando a la humanidad de la amenaza de holocaustos nucleares y otros.
(II) La organización de un acceso equitativo, cada vez menos desigual, en el uso de los recursos del planeta, y la puesta en marcha de sistemas mundiales de decisión en este terreno, incluido un arancel de los recursos que imponga la reducción del despilfarro y el reparto del valor y de la renta asignada a estos recursos, iniciando por ahí incluso los elementos de un sistema fiscal mundializado.
(III) La negociación de relaciones económicas flexibles, abiertas pero controladas entre las grandes regiones del mundo; desarrolladas desigualmente, reduciendo progresivamente los monopolios tecnológicos y financieros de los centros.
(IV) La organización de negociaciones que permitan una gestión correcta del conflicto dialéctico mundial/nacional en los terrenos de la comunicación, de la cultura y de la política. Esta gestión implica la creación de instituciones políticas que permitan la representación de los intereses sociales que operan a escala mundial, de alguna manera el inicio de un "Parlamento mundial", dejando atrás el concepto de las instituciones inter-Estados en vigor hasta ahora.

Resulta más que evidente que los objetivos del proyecto humanista evocado no constituye el centro inmediato de los conflictos en curso. No nos asombra e incluso nos sorprendería si fuera así. La erosión del antiguo sistema de la mundialización no prepara por sí misma su propia superación y no puede desembocar en lo inmediata más que en el caos. Las fuerzas dominantes inscriben su acción en este caos, buscando únicamente obtener la cobertura para su beneficio a corto plazo, agravando por eso mismo el caos. Las respuestas inmediatas de los pueblos a la degradación de sus condiciones no son ya necesariamente positivas; en el desconcierto de las respuestas ilusorias, como son los repliegues fundamentalistas o chovinistas, pueden movilizar fuerzas importantes. Nos toca construir en la teoría y en la práctica las condiciones de la respuesta humanista al desafío. A falta de ello y hasta que sea así, involuciones regresivas -y criminales- seguirán estando dentro de lo posible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario