aquí yace
en el centro del verde diáfano
aquello que fue
presencia
perduración
fuego entre fuegos
oficio de maíz
aquí yace
quien fue a buscar
un mundo nuevo
con la fe del labrador
y la prosapia del carpintero
aquí yace
entre aires de flautas
en tránsito hacia un bosque de casuarinas
para alivio
de no se sabe
qué poderes
aquí yace
mientras sigue
lloviendo
lloviendo
El viento dice
¿es que soñabas?
¿soñabas acaso con un último poniente
enclavado en el barrio de los paraísos?
¿o en ese atardecer en Agronomía
mientras la luz caía sobre los pabellones
cubiertos de hiedra?
¿regresabas?
¿una y otra vez regresabas sobre mis pasos?
¿una y otra vez regresabas
a un círculo de niebla
corazón errante
colmado de malvones?
¿es que soñabas?
¿es que no dejabas de reposar
en la copa de los pinos transformados?
¿y antes del cielo, qué...?
Aún se demora la luz
bajo la llovizna
de noviembre.
Hermandad (Fratellanza)
A mis frates de la 32
Hay quien cree seguir una estrella
y se pierde en horizontes
pobres de opulencia,
se asoma al monte de zarzas
y descubre el fulgor de un mistol.
Otros lo acompañan
en ese ir y venir:
débiles o fuertes,
mínimos o enormes
caminan en la noche
livianos de pesadumbre.
Al fin, el día los encuentra libres,
de pie, urgidos por seguir nuevas estrellas.
Otros más los seguirán,
sin orgullo ni suficiencia
prestos al camino
descalzos
despojados de melancolía,
buscadores de unicornios,
imperfectos cazadores
de bosques ensoñados,
catadores del vino de la amistad,
hermanos de la luz,
del árbol y la tierra.
Tarde impasible
árboles y árboles
grabados para siempre
como una melodía infantil
hoja tras hoja
flor tras flor
tilos
paraísos
rojizos prunus
cada uno con su nombre
que sabe de purísimos amaneceres
y de tiernas enredaderas acariciantes
(cada cual con su destino soñado
o apenas entrevisto pero que anhela ser)
rama tras rama
nudo tras nudo
tallo tras tallo
irradiación de savia
para desconcierto del caos
salvación y regocijo
Azul triste
mi ángel guardián
mi sol rojo
mi dios escondido
mi árbol dorado
mi sola nube sobre fondo azul
(triste azul)
ya estás
en tu paraíso lejano
inaccesible,
mientras
la alegría
se abroquela
en
una
tierna
madrugada
A la maga
cuídame
del ensueño y la huida
de la nostalgia y sus frutos
de las esquinas sin destino
del mar grávido
de las flechas del mal amor
cuídame
del sueño eterno
y de los mortales
de tus ojos de cansancio
y niebla
del eclipse emocional
y la hora extraña
del silencio
de mi pasión tardía
A mi dios escondido
porque no te conozco
ni te conoceré
porque no llegaré jamás a tu sustancia
(¿entienden lo que significa jamás?)
porque no estoy
ni quiero permanecer
impasible
porque te digo adiós
queriendo decir
hasta algún día
(tu respiración se escucha desde aquí
tu luz irradia la claroscura vida mía)
desconocida:
este canto lleva su desazón
mientras dormís
impávida
sobre
reinos de dracena.
Vi caminar una mujer
vi caminar una mujer
-delicados hombros al nocturno-
yendo de mirada en mirada
de boca en boca
de pupila a voz
la vi junto a la pared
en sueños
o tal vez
en vigilia afiebrada
en desconcierto
la vi húmeda,
frutal,
trémula contra la sombra
oculta para otros,
iluminada
yo la vi.
la vi fulgurar
para mi cantar doliente
para alimento de celebración
para mi reino de ceniza
Ciudad sitiada
Llegó para no ser pensada.
Se derramó como aire de amor
y estalló para devastarme cuando menos esperaba
este soplo de vida.
No hubo tiempo para detenerla:
falló el cerco defensivo,
fracasó la maquinaria de guerra,
el arco, los arietes y las flechas.
Poco pudo soportar el muro. Inmóvil,
conmovió umbrales, apariencias
de torres fortificadas, débiles almenas.
Ella vino cual
luz de primavera,
intromisión de aguas caudalosas,
divinidad de la Roma mítica.
Nada fue igual desde entonces:
ni la realidad del cielo
ni la extenuación de los jacintos.
Vivo entre el día y la noche,
entre océano y río, insomne.
Estentóreas llamaradas oscuras me convocan.
Turbias ternuras de licores amorosos
me alejan.
El dulce soñar
"Acuérdome del tiempo en que viniste a visitar mi pecho".
Giácomo Leopardi. La vida solitaria
Anhelo de perduración:
ojos cargados de una noche diáfana de primavera,
de una luz más pura que aires de jardines en octubre.
Esa imagen es mi alma, como nunca mi alma.
¡Imágenes que unen pasado y presente
para ir remontando por un mundo
donde perduran lunas, magnolias,
barrios antiguos y coronas de azahares!
¡Acuérdome de ese tiempo,
tiempo en que llegaste a habitarme!
Pero no me engañé:
presentí que rozando la estatua edificada
con fuego y viento, sólo quedaría la noche,
la otredad, la perdición.
Entonces ya no me habitarás.
Bajo el sol negro de las ausencias
me pondré a salvo de tus poderes.
Casi fúnebre
ni ángeles custodios
ni llorosos deudos
velan estos despojos.
La idiota muerte
anduvo entre papeles
revisando libros, revistas,
escritos, dibujos y ofrendas
se detuvo a 30 centímetros
de la puerta-cancel
derechito adonde
la intemperie
me abriga
roe solamente una sombra,
ahora sombra,
antes espíritu y sangre.
Llegó de amanecida,
oteando coágulos,
desdentada.
Sonrío. Y una vez más conjuro
aquel nuevo intento
para hundirme en la nada
Lluvia bienhechora
¿son nuestros esos pasos?
¿es este el eterno día que pasa?
empieza a dolerme el alma,
toda magnolia,
ceñida al viento-compañero,
al azur.
(decoloradas se apaciguan las nubes
de corazón crispado).
¿se han de llevar el canto del gallo
y el color de las campanillas
y el ladrido?
los que duermen no saben
de lluvias bienhechoras
cerraron el pecho al golpeteo de alondras
en la Avenida de las Casuarinas,
al acorde tenue, soplo de flautas caducas.
Ha cubierto el valle un sol herido.
Escucho el viento ulular entre las casuarinas,
el silencio crecer sobre tierras húmedas.
¡Lluvia bienhechora,
benigna pasajera de la aurora!
El aromo
Con temporal y todo,
el alma del aromo:
es hora de nublarse ya.
Está muy gris el cielo
y aquí, desvelado, el aromo.
Es grato el ejercicio de contemplarlo,
sin olvido del nuevo brote
y del aromo reseco hace siglos.
El aromo sube.
Sonámbulo y tembloroso
sube a la noche y de la noche
al abismo del alba.
Y hay canto de gallos.
Y hay vuelo de sal. Fuegos que me despiertan
cuando me voy durmiendo en el aromo,
en el silencio subterráneo del bosque.
Sube el aromo. Anublado sube.
Respirando. Trémulo. Soñado al galope
contra el signo adverso.
Desde mi garganta crece.
Del fondo de la vida crece.
Alas desplegadas en sucesivos fuegos.
Columpios de ramas somnolientas.
Contra todo poder, el alma del aromo.
Tango en si menor
Y sé que ahora vendrán caras extrañas,
lóbregas caras que mascullan músicas distantes
indiferentes al amor y al dolor, al ser y la nada,
a lo húmedo y frío,
como la máscara de un mastín implacable y feroz,
como la caña hueca de la doña resbaladiza y serpenteante,
como la gran esperanza blanca de las almas negras,
como pendular egoísta monocorde
figurativo / incoloro / transparente,
como ese búho ciego plumas fatídicas
como esqueleto tibio de alimaña aplastada
como la difuntita arborescente aquella.
Yo sé que vendrán caras extrañas sin limosna
que rapiñar ni alma que bendecir
disimulando oleadas de sangre debajo de una sotana.
Desde el barro, sí, vendrán,
algas o geles,
detritus o fauna cadavérica,
rasgueando un tronco podrido
de cuerdas heladas y amarillas.
Pompeya y Herculano
A mi padre, oriundo de la Campania
Hoy los evoco, fieles habitantes
de la Campania, tierra patria,
que han sucumbido al viento de Vulcano.
Han pasado las centurias y el momento último:
zozobra, horror, miedo, despedidas,
en tanto soles se arremolinaban
sobre el olivar y bandadas de mirlos
bordeaban el mare nostrum.
¡Oh vidas comunes a punto de ser arrojadas al Leteo!
¡Sagradas vidas a merced de la ira del dios!
Trechos que van de la llanura al himeneo
en el día ya oscurecido por la ceniza.
Señales. Estrépito en árboles parduscos.
Deidades de los bosques huyendo
como sombras del Hades hacia muros cubiertos
de hiedra. Y lava. Y silencio.
Y soledad después de la lluvia ígnea.
En las aguas purpúreas flotan cuerpos, ropas,
muñecas, aves, flautas, ánforas.
Los dioses lares lloran debajo de las piedras
del templo familiar.
Mutilado, el día es un demonio flameante.
El adiós
Un dulce azul te rescata del olvido.
Una barca dorada mece tu sueño.
Tu frente está cargada
de una corona de violetas.
Tu sueño es el silencio
de caudalosos manantiales,
a la sombra de álamos y recuerdos infantiles.
Serena flor amarilla:
¡a cuantos siglos estoy de vos,
el pecho colmado de preguntas sin respuestas!.
Tranquila habitás tu mundo.
Entonces,
¿con qué derecho susurro mi pasión tardía?
¿Quién soy para irrumpir en tu paraíso
pleno de dulzores, descubrimientos y primaveras?
Serena flor: nunca te acerques al Triste.
Si recordara mi camino
no me dolería tu ausencia.
Corazón gentil
No hay día
en
que
no
te
recuerde
como
aquel
día.
Aún
miro
tus
ojos
desde
aquí.
Por
vos
resplandece
mi
corazón
extraviado.
Elegía para Navegante
In memoriam de Rodolfo Alan Nauta
Inicios de diciembre en un país lejano.
Los días devienen pájaros,
nefandos presentimientos.
De golpe, la noticia inmisericorde
martillando los corazones cruza el mar.
Impavidez, incredulidad, desconcierto,
aún cuando sepamos que somos
viajeros en camino hacia la verdadera patria.
Dios ve todos los caminos.
Los caminos están en sus manos.
Ojos azules iluminando.
Entrando y saliendo de salas blancas:
luces de colores y aparatos estrambóticos.
Voluntad de vivir inmensa como el alba.
En esas horas eternas:
¿en qué barrio de la infancia te extendías?
¿qué compañero de aula recordabas?
¿a cual árbol subías sin compañía
para ir adentrándote en el silencio?
Y pasaban como postales:
amores, hijos, asombros entrevistos,
encuentros en la Costanera, finales de año,
crepúsculos en la Siberia,
tristezas recónditas,
padre y madre.
¿Te acordarás de nosotros,
tus hermanos de la 32?
¿del patio Sarmiento?
¿de las formaciones en la Plaza de Armas?
¿de la funebrera en cuarto año?
Nobilísimo hermano:
adiós a tus botines marrones,
a tu sonrisa clara,
a tu entrañable compañerismo.
Volverás a ver desde un avión
cielos nocturnos, islas, vésperos,
paisajes terrestres,
ciudades de acero y cristal.
Vivirás, contra el olvido y los mármoles.
Y entrarás en las calles de la Jerusalén celeste
bebiendo la infinitud del Espíritu.
1° de mayo de 1982
In memoriam de Eduardo "Pituso" De Ibáñez,
caído en Malvinas
En el sur del sur,
en las heladas aguas del sur
yace el cuerpo del héroe muerto.
En pocos minutos más, la boca del Atlante
devorará, a él y a su compañero,
engulléndolos en el vientre de la noche.
Ya el día se oculta. Y ha sido un día inclemente,
surcado de motores trepidantes, fuselajes agujereados
y espectrales misiles.
Es la hora de la muerte, la que no dice palabra,
la que no tiene boca entre algas carcomidas.
(¡Ay, Patria! Por vos, oscura sangre,
se regaron montañas, llanos y mares
de flores azulinas, lágrimas y estertores).
Vengan hermanos:
¿no ven como brilla el cuerpo del héroe en el océano?
¿no ven la luz brotar del centauro?
Halo que rompe la tiniebla y llega al presente,
aclarando el horizonte,
fijando un rumbo
que siempre será el sur.
El sur es el norte de la Patria.
(Virgen) De luz
"El sol sale sobre las avenidas". (Melina S.)
Poco a poco,
levantarnos de nuevo,
una vez más.
Es preciso seguir.
Es preciso salir de la tristeza.
"Espero -me dijiste- "ese rayito de sol
que me dé calor".
Vos quedate junto a mí.
Ayudame a pasar este tiempo de prueba.
A encontrar personas que acepten
y compartan mi fragilidad.
Permanecé junto a mí:
que el dolor no prevalezca sobre la alegría.
Tu luz me ha vuelto más sensible a los demás,
capaz de mayor comprensión,
más atento al sufrimiento de los otros.
Me enseñaste a dar vida, presencia que permanece.
Porque ninguno vive sólo para sí mismo.
Vivimos para los demás y para Dios.
Mientras escribo
Escribo mientras zozobro absorto en tu mirada,
Recordando las últimas noches.
Insomne, tibio, afiebrado.
Evocando tu voz jamás antes escuchada.
Presintiendo unos ojos que no olvido
Y palabras que en tantos años no acudieron a mí.
Escribo mientas la galaxia prosigue su navegar,
Irreductible a las pequeñas y grandes alegrías.
Quiero dejar sellado “algo” que desde nos “conocemos”
Va sedimentando en este corazón.
¿Hablo yo o habla mi corazón?
Es El quien habla y ordena.
Trastocado en su centro, pierde las dimensiones de lo humano,
Para elevarse hasta Lo Inefable.
Es El quien padece las consecuencias
Del temporal de Amor que lo azota,
De la lluvia de aguzados goterones.
De esta enfermedad mortal
Que vivencia tan gozosamente.
Y hasta aquí llegan tus signos,
Mujer primaveral:
Lo nimio se vuelve sagrado,
Y lo sagrado, cotidiano, cercano.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que acaecimos
En el espacio ? ¿horas, años, decenios?
¿O he dibujado un eterno presente
Que creo irreal por su delicada magia?
¿Es real este tiempo?
¿Son reales tus palabras,
Salvíficas, abarcantes, que sanan mis heridas?
¿O es acaso el milagro de tu irredenta primavera
Que nunca va a declinar?
¿Existe verdaderamente este cordón de oro
Que cuido como a una paloma,
Amenazante de fortificaciones vanamente construidas?
En esa mujer celeste conviven la dulzura y la fuerza,
La alegría y la furia, la certeza y lo imprevisible,
La ternura y los sonidos de la sangre.
¿Existe esa mujer? ¿O la edifiqué en días luminosos,
Cuando el peso del dolor cedió paso a la aurora?
¿Es real este tiempo?
¿Es real esa mujer-ángel cuyos pasos livianos y sus alas
son apenas visibles en el aire?
Si yo la soñara no podría ser más semejante a mi sueño:
Fervor que ha derribado la distancia.
Pasión que avanza al galope de un tropel de caballos.
Sutileza que arrasa el canto melancólico.
Aura dorada que clarea como álamo.
Ternura que destrona antiguas certidumbres.
El asombro
“El verdadero viaje de descubrimiento no consiste
en buscar nuevos paisajes sino nuevos ojos”. Marcel Proust
Durante siglos la lluvia ha caído
Sobre nosotros.
Lloviendo y lloviendo, hemos visto deambular
Los cuerpos encendidos, las madrugadas y los trenes.
Ellos nos llevaron por caminos de viento.
Partimos hacia donde el llamado de la sangre
Nos convocara.
Prevalecieron el sueño, el dolor, y apenas, la dicha.
Yo lo sé porque he mirado desde el corazón.
Desde el sitio de tus ojos he mirado.
Desde el tibio río de tus ojos he mirado.
Y sigo mirando.
Desde una copa vacía, en albas desoladas
He mirado.
Transitando las calles de una ciudad humana
He mirado.
Y he mirado tu pasado: reconstruyendo los días de lluvia,
Los días de adolescencia y los tiempos del primer amor,
Cuando, ¡oh pasajera!, te dormías en atardeceres arbóreos.
Si me preguntaras -porque todo lo preguntás-
cómo lo sé,
Te diré: a través de tus ojos lo he mirado.
Desde el tibio río de tus ojos he visto
Antiguos universos en expansión,
Los azules árboles reverdecer
El viento posarse en las avenidas
Los trabajos de la existencia humana
Las edades
El núcleo de la Tierra enfriándose
Los asteroides caer a mil corazones de energía.
También visto el llanto.
Abrazar la piedra,
Cubrir la vida con un océano de vida,
Deambular por pasillos y paredes blancas,
Entrar a cuartos asépticos
Y celebrar el bautismo de un nuevo día.
Durante milenios, siglos y días
La lluvia ha caído sobre nosotros.
Lloviendo y lloviendo sobre el alma,
Tantas veces a la intemperie porque no hay
Refugio donde cubrirla,
No hay descanso para concederle,
No existe conjuro que aleje el odio
y las devastaciones.
Como animal herido
Me alimento de mis poderes,
Me nutro del agua del temporal,
Suelo acostarme en los empedrados y en las plazas,
y duermo la vigilia de mis sueños.
Me expongo a la lluvia.
Quiero la lluvia.
Aunque tu luz va poco a poco secando los goterones
Y alejando los aguaceros.
Aunque el resplandor de estos días
Me desnude las excusas.
Por que, con tanta luz ¿Cómo guardaré mi
Transfigurada melancolía?
¿Qué preguntas fingiré a la desterrada tristeza?
¿Qué canción o elegía recitaré?
¿Cuánta muerte arrojaré en su lugar?
Iluminás mi mirada pluviosa,
Hacés brillar mi espejo nocturno,
Poblás de sol mis jardines abandonados.
Pero no te exalto,
Ni creo alrededor tuyo un ídolo
Al cual adorar.
Agradezco que haya amanecido.
Doy gracias por el día.
Doy gracias al equilibrio inestable
De luz y noche,
De alegría y desdicha,
De lo solar y lo lunar,
De lo fasto y lo nefasto.
Agradezco que me ayudes
A mirar por tus ojos,
Descubriendo nuevos abismos
Y horizontes donde no creí llegar.
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