sábado, 30 de mayo de 2009

VIOLENCIA CONTRA LA MUJER. IMAGINARIO SOCIAL - MARCELO SPERANZA

VIOLACIÓN: SÍNDROME DEL SILENCIO

En una época no muy lejana era un tema casi clandestino. Aparecía esporádicamente en los medios de prensa, especialmente en los diarios, sólo cuando la sección Policiales consideraba que la magnitud del hecho lo merecía.
Desde hace unos veinte años –aproximadamente- algunas entidades y organismos no gubernamentales comenzaron a buscar respuestas a la problemática.
Entonces comenzaron a surgir cifras, datos, estadísticas, conjeturas y teorías. Realidades que tiraron abajo ladrillos de un muro que los mitos y prejuicios construyeron para mantener oculto el tema, sobre todo cuando en muchos casos, las víctimas cohabitan con los agresores; cuando no denuncian el hecho por miedo a represalias y revictimizaciones; cuando los dispositivos institucionales no ofrecen soluciones de fondo.
Lo que era del ámbito privado -porque la familia protegida como una fortaleza inexpugnable conformaba (y conforma aún) aquello de “cada casa es un mundo y cada cual sabe lo suyo”-pasó a hacerse público.
Actualmente resulta menos ajeno abordar la problemática de la violencia sexual porque el espacio de la sociedad civil se ha agrandado, pero es necesario continuar iluminando esta situación, iniciando un recorrido por el laberinto de la violencia contra las mujeres.
La violencia sexual es sólo un capítulo y la violación un hecho más –el más traumático para las que sobreviven- en la larga historia del orden social masculino y su ideología de dominio sobre mujeres y niños.

Mujeres violadas, mujeres golpeadas, mujeres abusadas...

Desde hace por lo menos dos décadas, el tema de la violencia contra las mujeres se puede abordar en los medios de comunicación social -en los ámbitos académicos desde los ‘70- gracias a la labor del movimiento femenista.
El punto de vista, la perspectiva teórica para el problema ha sido objeto -aún lo es- de una larga discusión entre los estudiosos. Sin embargo, el aporte de Wilhem Reich, para algunos el padre de la psicología social, encarcelado por loco y por revolucionario, muerto en prisión (1957), quien habló por primera vez de “ideología masculina de la violación”, dio indicios hacia dónde enfocar las luces.
En el estudio de la violación, existen, básicamente, tres visiones: la de la víctima propiciatoria, la de la psicopatología y la feminista.
La primera, sustenta la culpabilidad de la víctima por lo que le ocurrió. La víctima, entonces, se convierte en victimaria. “Algo habrá hecho” será la frase magistral que resume esta postura. No resiste un análisis serio.
La perspectiva de la psicopatología, por su lado, circunscribe la violación al acto individual de un desequilibrio, de carácter psicopático o perverso. La enfermedad del individuo está en la base del hecho “aberrante”.
Esta concepción, incompleta y reduccionista, no explica por qué muchos hombres de vida normal aparecen cometiendo ataques sexuales a mujeres y no a otros hombres, por mencionar una objeción.
La aproximación -o mejor, la mirada- desde el feminismo, es la que informa este trabajo y para ello nada más preciso que las palabras de Letty Cotton Pogrebin: “Una perspectiva feminista implica el compromiso ideológico para lograr la igualdad los sexos en el orden legal, económico y social. No significa el reemplazo de la supremacía masculina por la femenina (...) Feminista es cualquier persona, mujer u hombre que se compromete con la igualdad de derechos y oportunidades y dignidad humana (citada por Cristina Vila en Violencia Familiar, mujeres golpeadas).

VIOLENCIA CONTRA LA MUJER

"¿Vas entre mujeres? No olvides el látigo".
Federico Niesztche

Es violencia contra la mujer, "todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vida pública como en la privada". La definición de violencia citada, incorpora claramente el concepto de género. La diferencia entre este tipo de violencia y otras formas de agresión y coerción radica en que en este caso el factor de riesgo o vulnerabilidad es el solo hecho de ser mujer.
Es así que contempla e integra todas las manifestaciones de violencia que se ejercen contra las mujeres. Abarca múltiples y heterogéneas problemáticas. O sea, incluye la violencia física, sexual y psicológica que tenga lugar dentro de la familia o en cualquier otra relación interpersonal e incluye violación, maltrato, abuso sexual, acoso sexual en el lugar de trabajo, en instituciones educativas y establecimientos de salud. Contempla, asimismo, la violencia ejercida por razones de etnia, sexualidad, trata de personas, prostitución forzada, privación arbitraria de la libertad, tortura, secuestro. Es una definición abarcativa.
La violencia de género se convierte en una de las más graves violaciones a los derechos de las mujeres y debe ser reconocida como un aspecto central de los derechos humanos.
Beatriz Ruffa y Silvia Chejter afirman que “la violencia hacia las mujeres es una violencia social. Muchas veces se habla de violencia física, psicológica, sexual, etc. Es cierto, la violencia asume esas formas. Sin embargo (...) se trata de una violencia que tiene una direccionalidad y una intencionalidad: promover o sostener las jerarquías entre los sexos”.
La problemática no afecta tan solo a las mujeres pobres o del Tercer Mundo. Afecta a mujeres a nivel mundial de todos los grupos raciales y económicos. Sin embargo, es un problema poco documentado. Son escasos los países desarrollados que han llevado a cabo estudios empíricos que podrían proporcionar un cuerpo amplio de información a través del cual se descubrirán las verdaderas dimensiones del problema.
En los países menos desarrollados o en vías de serlo las estadísticas son aún más escasas. Sin embargo, no se debe menospreciar la gravedad del problema.
Según el informe especial del Banco Interamericano de Desarrollo:
-en Argentina en 1 de cada 5 parejas hay violencia. En el 42% de los casos de mujeres asesinadas, el crimen lo realiza su pareja. El 37% de las mujeres golpeadas por sus esposos lleva 20 años o más soportando abusos de ese tipo. Según datos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires el 54% de las mujeres golpeadas están casadas. El 30% denuncia que el maltrato se prolongó más de 11 años según información del BID se estima que el 25% de las mujeres argentinas es víctima de violencia y que el 50% pasará por alguna situación violenta en algún momento de su vida. Sólo en la ciudad de Buenos Aires se reciben 7000 llamadas anuales a las líneas de violencia.
-Según el Centro de Encuentros Cultura y Mujer (CECYM) en los últimos 30 años se registraron en promedio 6000 denuncias policiales anuales por delitos sexuales (violaciones, estupros).
La forma más explícita es la violencia física pero la violencia de género es multiforme e incluye la agresión verbal, la restricción de la libertad y conductas que llevan a la disminución de la autoestima hasta llegar al femicidio, un término que define a los asesinatos de mujeres por razones asociadas a su género y que son cometidos por varones.

EL PODER DEL MITO

Cuando se supera el silencio inicial frente al tema, el investigador se topa con una prolífica mitología alrededor de la víctima, el victimario, de la relación entre sexos que asoma expresada en proverbios, fragmentada en los discursos cotidianos, académicos y de las instituciones (estado, policía, derecho).

Mitos acerca de la mujer victimizada

“Toda mujer fantasea con ser violada”. Variación: “La mujer goza al ser violada”.
“La mujer provocó al violador”. Variaciones: “Lo habrás provocado”. “Algo habrás hecho”.
“La mujer es pasiva, deja hacer”. Variaciones: “Le pasa porque no obedece al marido”. “Son masoquistas”.
“Las mujeres provocan la violencia”. Variaciones: “Las mujeres buscan la violencia” “A las mujeres les gusta la violencia”.
“Son débiles y tontas”. Variaciones: “Les pasa por ignorantes e histéricas”
“Son malas y se lo merecen”.
“Te la tenés que bancar. No hay que deshacer la familia”. Variaciones: “Se queda por que le conviene.” “Los chicos necesitan un padre”. “¿Cómo te la vas a arreglar sola?”

Mitos acerca de la violación

“La violación está motivada por el deseo sexual”.
“Si te violan es mejor que te relajes y goces”.
“Esas cosas no existen en nuestro país”.
“Es una cuestión privada”.
“Sólo sucede en las clases bajas”.
“Influye la crisis económica”
“Es un tema de moda”.
“Es porque no están casados
“No puede ser evitada”. Variación: “Es natural e instintiva”.
“Convivir no es un lecho de rosas”.
“Porque te quiero te aporreo”.

Mitos acerca del violador

“Es de tez morena”.
“Es de clase baja”.
“Se trata un enfermo”. Variaciones: “Es culpa del alcoholismo”. “Es un sexópata”. “Tiene mal carácter”
“Es gente primitiva e inculta”. “Es un impulsivo”. “Es un descontrolado”.


“Esa gente no tiene principios ni religión”
“Todos los hombres son así”
“Es un verdadero macho”. Variación: “El tipo es un campeón”.
“Tienen derecho”.

¿Cuál es la función del mito? En este contexto, el mito -un medio para operar sobre el presente al decir de Sorel- acude en socorro de la ideología sexista dominante, reforzándola, justificando “de derecho” lo que es poder de hecho. Se conforma, entonces, una perspectiva de las mitologías, que a la vez alimenta -paradójicamente- estereotipos de hombres omnipotentes y mujeres indefensas y echa una vasta mirada de sospecha sobre las víctimas, de las que, por otro lado, se obtiene una imagen a la medida del machismo: ingenua, débil y pasiva.
La simple frase “ella se la buscó”, condensa los enunciados de la mitología social, iluminando los roles rígidos adjudicados a hombres y mujeres por el peso de la tradición.
El poder del mito es tal que muchas mujeres se han convencido de sus premisas, condicionadas por normas, tabúes y creencias arraigadas.
Para que los mitos sociales tengan eficacia simbólica, necesitan de discursos científicos, políticos, religiosos, jurídicos, de medios de comunicación, pedagógicos, artísticos, entre otros, que produzcan y reproduzcan los argumentos (estereotipos) que instituyen que es lo femenino y lo masculino de una forma totalizadora y esencialista, invisibilizando el proceso sociohistórico de su construcción y presentándolo como realidades naturales, históricas y universales, no dejando lugar para lo diverso y singular. Todo aquello que no coincida con dicho régimen de verdad es sancionado o enjuiciado.
Los estereotipos (negativos) de género, son los patrones de cómo una determinada sociedad y cultura estipula "el deber ser y el hacer" de varones y mujeres. Los estereotipos son imágenes cristalizadas, absolutamente complementarias y dependientes entre sí, y cada mandato de un género encastra en su correspondiente modelización del otro género (por ejemplo, frente a la "inestablilidad emocional de las mujeres" se le opone "la racionalidad y el autocontrol" de los varones).

LAS CREENCIAS

Una de las creencias más difundidas con respecto al ataque sexual es que al predador lo asalta una súbita y malsana pasión, siendo la violación una conducta extrema aunque comprensible y, en última instancia, justificable. ¿se piensa de la misma manera cuando las víctimas son niños u hombres jóvenes y adultos?
La realidad es que el llamado “factor sorpresa” en la violación ocupa un lugar muy reducido en comparación con los ataques llevados a cabo con premeditación en cuanto a tiempo, lugar y modo.
El componente sexual del acto violento no debe dar espacio a confusión alguna: la sexualidad femenina -otra paradoja- es sólo el soporte de la violencia masculina, no de un intercambio sexual libre.
Es en la violación donde se articulan violencia, sexo y dominación y se manifiesta la relación de poder desigual entre mujeres y varones, la utilización del pene como arma y la indefensión aprendida.
La violación es, ante todo, demostración de fuerza, intimidación, exhibición de poder, intención de humillar y denigrar en detrimento de la sexualidad femenina y de la persona como totalidad. Lo predominante es la violencia, no la sexualidad.
Otra de las creencias “fuertes”, extendida en el tejido social es imaginar a la violación como producto del ataque de un desconocido, de un tercero extraño por completo a la víctima, en un escenario sórdido y oscuro.
Los testimonios de mujeres violentadas ponen de manifiesto que ello no siempre es así: las posiciones de familiaridad (padres, abuelos, tíos), de proximidad (amigos, compañeros de trabajo, colegas, vecinos) y de autoridad (jefes, encargados, capataces) de muchos hombres respecto a las víctimas son bastante más comunes de lo que se cree. Y por su índole misma, los más ocultados.
Gente “normal”, insospechada, con una vida familiar y social apacible, son, con frecuencia, victimarios. Los actos de violencia sexual (violación, pero también abuso, estupro, incesto) que en número significativo son protagonizados por individuos “normales” desmienten la creencia del “acto individual” propio de la psicopatología.
Según encuestas realizadas en países europeos, donde se cometen violaciones con mayor asiduidad es en el ámbito del hogar y a cualquier hora.

IDEOLOGÍA DOMINANTE: CULTURA DE VIOLENCIA

Lo que está en el contenido de las representaciones y creencias del imaginario social es la ideología sexista y patriarcal que sustenta la superioridad de los hombres sobre las mujeres y la de un jefe (“el padre”) investido de un poder absoluto sobre los que están “debajo” de él. Bien dice la mencionada Letty Cottin Pogrebin que “el patriarcado, este modelo de clase sexual, es el modelo de todos los sistemas con gran disparidad de poder y privilegios”.
Una de las hipótesis más interesantes en relación al origen del orden patriarcal arriesga que éste surgió con el miedo femenino a la violación grupal. En efecto, esta teoría sugiere que la mujer buscó un protector que la defendiese de las hordas merodeadoras a cambio de la posesión exclusiva de su cuerpo. El precio -muy alto- fue la sumisión, traducida en su conversión a bien mueble. Y del protectorado rudimentario como señala Susan Brownmiller, autora de “Contra nuestra voluntad”, un clásico en la materia, se pasó a la consolidación del poder masculino bajo la forma del patriarcado.
“Como primera adquisición permanente del hombre” -explica la estudiosa citada- “como primera pieza de propiedad real, la mujer fue, de hecho, el edificio principal, la primera piedra de la ‘casa del padre’. La forzada dilatación de los límites del hombre, primero hacia su compañera y luego hacia su descendencia fue el comienzo de su concepto de posesión”. Y continúa: “Los conceptos de jerarquía, esclavitud y propiedad privada surgieron del inicial sometimiento de la mujer, y sólo podían basarse en él”. (Aún hoy, en la legislación, se encuentran vestigios de esta ideología: la violación como crimen contra la propiedad privada de un hombre -la mujer- por parte de otro hombre. Más adelante se expondrán las razones de este aserto).
Con respecto a las relaciones entre hombres y mujeres en el contexto de la sociedad patriarcal, otra ensayista las caracteriza como “jerárquicas y complementarias”. Jerárquicas, porque hay un género -el masculino, superior, y otro, el femenino, inferior. Complementarias, debido a que a unos –los hombres- les compete las tareas públicas y a las mujeres, las privadas o domésticas. Son, obviamente, relaciones signadas por la desigualdad y la dominación, explica Judith Astelarra, feminista española.
La concepción patriarcal de la familia juega un rol fundamental en el aprendizaje de la obediencia y la sumisión a la autoridad del hombre desde muy temprana edad (los niños están habituados a considerar su sumisión y la de la madre al pater familiae como normal e incuestionable porque en la cultura dominante es a ellos a quienes se atribuye la fuerza, la autoridad, la protección y la competencia), lo que se traduce en el hecho de que la mayoría de los abusadores de niños son hombres convencidos profundamente de sus “derechos” sobre los miembros de su familia.
La violación, en este contexto, es una forma extrema de un estereotipado modelo de relaciones intergéneros que adjudica permisividad a unos y represión a otras, socializando roles sexuales rígidos (mujer-debilidad/hombre-fortaleza).

EL IMAGINARIO SOCIAL

¿En dónde se sostienen los innumerables mitos acerca de la violación? ¿Qué alimenta los estereotipos culturales y creencias que identifican masculinidad con agresividad y femeneidad con indefensión? ¿Desde dónde se perpetúa que el discurso que afirma “la víctima disfruta”, cuando en realidad la violación es el hecho más traumático que se pueda cometer contra la integridad de una mujer?
Al igual que los clásicos proverbios (el “algo habrá hecho” resume todos), las ironías y los chistes socarrones referidos a la violencia sexual contra la mujer, los mitos, creencias y estereotipos son productos en que una tácita complicidad social con el perpetrador encuentra su significación y sentido en un imaginario social específico.
En el registro simbólico profundo de lo histórico-social, en el subsuelo de imágenes y representaciones metafóricas, donde lo irracional y lo racional diluyen sus fronteras, opera el “material primordial” de lo que el filósofo y sociólogo Cornelius Castoriadis llamó los imaginarios efectivos (mitos, ideologías, creencias, paradigmas) y cuya raíz es denomina “el imaginario radical”.
“El imaginario del que hablo yo -define Castoriadis en “La institución imaginaria de la sociedad”- no es ‘imagen de’. Es creación incesante y esencialmente indeterminada (social, histórica y psíquica) de figuras-formas-imágenes, y sólo a partir de éstas puede tratarse de ‘algo’. Lo que llamamos ‘realidad’ y ‘racionalidad’ son obras de esta creación”.
Partiendo de que lo real histórico no es totalmente racional ni tampoco irracional, el pensador concibe al imaginario social como una capacidad o facultad elemental, irreductible, de evocar imágenes, que engloba lo simbólico y se entrecruza con él y que se manifiesta en el hacer histórico y en la constitución de un universo de significaciones.
Pero claro, hay imaginarios e imaginarios. Unos predominan, organizando las relaciones sociales y la vida de la polis en determinada dirección. Otros, contestan a esa dominación, creando nuevos simbolismos centrados en nuevas significaciones imaginarias sociales, siendo el escenario de lucha el espacio simbólico.
En el tema que nos ocupa -aunque es preciso dejar sentado que no se reduce sólo a la violencia contra la mujer, sino que es una lucha de dimensiones colectivas- cuando se habla de imaginario social hegemónico -explica Silvia Chejter, socióloga, en “La voz tutelada: violencia y voyeurismo”- se está hablando de “un imaginario compartido y no de un único imaginario. Se trata de un imaginario dominante introyectado, al que la mayoría de las mujeresno puede sustraerse sin dificultades”.
“Las prácticas de violación” -asevera- “no dependen de los mitos discriminatorios de la Justicia, sino de los que están enquistados en el imaginario social”.
“Es allí” -prosigue- “donde está centrado el problema”.
Aún reconociendo que los mitos sostienen el orden jurídico, tanto en sus prácticas como en sus concepciones, ellos están enmarcados en “creencias bien afirmadas en un imaginario hegemónico que rige las relaciones de género y favorecen la discriminación contra las mujeres y contra las víctimas de violación en particular”, concluye.

LO LEGAL Y LO REAL

Por la literatura feminista sabemos que no hay muchos puntos de contacto entre la noción legal de violación con la realidad de violencia sexual. Que la definición cristalizada por el texto de la ley poco tiene que ver con el acto real padecido por la víctima.
Siguendo a Brownmiller, para una mujer la definición de violación es bastante sencilla.
Una invasión sexual del cuerpo mediante la fuerza, una intrusión dentro del espacio interior privado y personal, sin consentimiento (...) constituye una violación de la integridad emocional, física y racional y es un acto de violencia hostil y degradante que merece la calificación de violación. Más adelante reitera: “Si una mujer decide no tener contacto sexual con un hombre en particular y este hombre decide proceder contra su voluntad, se trata, entonces, de un acto criminal de violación.
Sin embargo, para la legislación moderna en general, violación es penetración de la vagina por el pene (cópula forzada heterosexual) y “así como los hombres pueden invadir a las mujeres a través de otros orificios, también invaden a otros hombres, ¿quién podría decir que la humillación sexual sufrida a través de la penetración oral o rectal es menos violatoria del espacio personal interno o menos injuriosa para la mente, el espíritu y la autovaloración? (Susan Brownmiller, op. citada).
Conclusiones: 1) la totalidad de los actos de violencia sexual deben ser considerados graves ante la ley, porque -como se explaya la autora de referencia- “el camino de penetración es menos significativo que la intención de degradar” 2) No importa el sexo de la víctima.
Históricamente, la violación ha sido considerada un ataque contra la propiedad de un hombre. En tiempos remotos, el robo de la virginidad de la hija implicaba aminorar su precio en el mercado.
El cuidado de su “honestidad” -virginidad hasta el matrimonio, luego monopolio sexual del esposo-, el cuidado de una propiedad: el cuerpo femenino. Desde el código de Hammurabi, pasando por la ley mosaica y la justicia asiria, los preceptos del Corán, la jurisprudencia medieval y su ingreso en la legislación posterior, el delito de violación siempre estuvo atravesado por los términos honestidad/propiedad, perdurando aún hoy, resabios de la ideología patriarcal, como es el caso del Código Penal Argentino, que incluye la figura de la violación en el título “Delitos contra la honestidad”.
En síntesis, si hablamos de violencia en un sentido restringido, o si se quiere, con un alcance reducido, basta con leer la definición dada por el Código, completada por las normas procesales y textos doctrinarios y de jurisprudencia.
“El saber jurídico” -revela Silvia Chejter en su obra citada- “se impone siempre al de la víctima de la violación. Es él quien dictamina qué es violación, mucho mejor y con mayor precisión que todas las mujeres que la han padecido, despojándola de su experiencia insustituible.

IMPACTO PSICOLÓGICO DE LA VICTIMIZACIÓN

Dijimos que violar es quebrantar, humillar, infligir un daño tan grave que lo afectado es el sentido mismo de la integridad como persona. Uno de los principales estudios sobre las consecuencias de la violación fue realizado por dos estadounidenses: Ann Wolbert Burguess, enfermera y Lynda Holmstrom, socióloga. Ellas descubrieron y constataron el síndrome del trauma de violación, luego de haber ocurrido efectivamente o de sufrir el intento.
La violación es un momento de crisis. El síndrome se desarrolla en dos fases: una aguda y otra larga, de reorganización. La fase aguda se inicia luego de producirse el hecho, en forma inmediata. Existen en esta fase dos categorías de manifestaciones emocionales: una reacción expresiva y una expresión controlada.
En la primera de las reacciones, la mujer llora. De manera concomitante, manifiesta miedo, ira, ansiedad y tensión. En lo físico, aparece irritación genital o hemorragias rectales (si fueron penetradas analmente), dolores de cabeza, insomnio e irritabilidad, náuseas y dolor de estómago.
Pero el sentimiento preponderante en esta fase es el miedo, que se convierte en muchos casos en terror a ser víctima de un nuevo ataque, como también la autoculpa, ya sea por no haber sido previsora o por haber sido confiada.
La reacción controlada, como componente de la fase aguda, es como lo dice el adjetivo, de control de las emociones, una aparente calma que oculta sentimientos de ira, vergüenza y deseos de venganza.
En la fase larga de reorganización, como la llaman Burgess y Holmstrom, las mujeres pueden desarrollar fobias sexuales y tomar conductas reactivas ante el temor de ser atacadas dentro o fuera de los lugares conocidos. Esta etapa puede durar años hasta la superación del trauma.
Otro fenónemo que las investigadoras pusieron en el tapete es la “reacción de violación silenciada”, que radica en no denunciar el hecho y tampoco compartirlo con alguien. De alguna manera, las víctimas “desplazan” el problema a otro registro. Se quejan de vaginismo, padecen anorgasmia o depresión, delatan ansiedad, síntomas que revelan el grado de la traumática experiencia vivida.
No hablan, pero sus cuerpos “hablan”, dicho en lenguaje psicoanalítico.

VICTIMIZACION SECUNDARIA

A la victimización secundaria (o segunda victimización), los especialistas la caracterizan como un proceso o una serie de hechos que vive la mujer victimizada cuando recurre a alguna de las instituciones o profesionales del aparato del Estado y tiene que enfrentar comportamientos que denotan mitos, discursos y actitudes negativas acerca de su condición de víctima.
Es decir que la mujer es doblemente victimizada, re-victimizada, por los prejuicios, en unos casos y por la desinformación, en otros.
El mecanismo, en todas las instituciones estatales, es similar: por un lado se eleva a la mujer violada a la categoría de ícono, símbolo de la indefensión y la virtud mancillada y por otro, se sospecha –siempre se sospecha de una mujer- que la víctima hizo o insinuó alguna conducta para atraer a su victimario. El “usted no lo provocó?” es una de pregunta muy propia de las formuladas en comisarías y estrados. Y si a veces no se la expresa de esta manera, se la piensa.
Ambivalencia social ante la condición moral de la mujer: manto de compasión y culpabilización. De ícono de la pureza y de resistencia, a incitadora. De inocente a insinuante. De víctima a victimaria. Otra vez el “por algo será”.
En la cultura mitológica del sexismo, el “ángel” es, a la vez, “demonio”. Nunca se deja esta desconfiada imagen de lado, que todo tiempo circula por guardias de hospitales, consultorios médicos y psicológicos forenses, comisarías, estrados judiciales y confesionarios.
Un ejemplo paradigmático es el discurso jurídico, uno de los tantos sobre el particular desmenuzado críticamente en la ya mencionada “La voz tutelada….” de la que extraeremos unos pocos párrafos más.
Según su autora, el discurso jurídico (al que no puede separar de las instituciones y prácticas), abarcante “desde el texto de la ley, las normas procesales, los textos doctrinarios y de jurisprudencia hasta expedientes judiciales reproduce el imaginario dominante, siendo el dispositivo jurídico, del que da cuenta el discurso respectivo, sólo un subdispositivo dentro de otro más amplio de control y represión social”.
Los efectos de los mitos que inundan el orden jurídico y que pertenecen “al montaje de una ficción necesaria para la conservación y reproducción de un orden social” se mantienen “en los procedimientos judiciales y en los criterios que determinan cada paso procesal”, construyendo prácticas discriminatorias en el ámbito del Derecho.
Aquellas se proyectan de manera central en la sospecha -fundada en doctrina- de la “falsa denuncia”. O en lo que la investigadora llama el “mito del cazador” (la mujer sería una especie de Jano con dos caras, una pasiva que nada puede, otra que todo lo puede y que se convierte, merced a su astucia, presa del deseo del predador, al despertar en él pasiones que no puede dominar).
“El fantasma de la falsa denuncia” -agrega Silvia Chejter- planea continuamente y en primer lugar, como si el predador fuera la víctima tendiendo sus redes y no al agresor”. Además, “toda denuncia es sospechosa, dados los riesgos que corre la víctima: estar en boca de todos, someterse a trámites y peritajes humillantes; lo que hace suponer grandes beneficios, o sed de venganzas por motivos desconocidos”.
“La denuncia” -sostiene la socióloga- desvirtúa la imagen de mujer pasiva y consintiendo, y por lo tanto provoca inmediata suspicacia. Esta suspicacia va a ser decisiva para conformar el cuerpo del delito y para convertir a la víctima en el principal sujeto a investigar….”.

VIOLENCIA COMUNICACIONAL

“Desigualdad-discriminación-violencia forman parte de un particular circuito de realimentación mutua que se despliega a través de la producción social de las diversas formas de aceptación que legitiman tanto la desigualdad como las prácticas discriminatorias y, a la vez, invisibilizan los violentamientos. En consecuencia, la producción de tales legitimaciones es de gran importancia política ya que transformar al diferente en inferior forma parte de una de las cuestiones centrales de toda formación social que “necesite” sostener sistemas de apropiación desigual: producir y reproducir incesantemente las condiciones que lo hagan posible. Para tales fines se conjugan violencias represivas y simbólicas en diferentes ámbitos de la vida social”

En los discursos -pero no sólo en ellos- cotidianos, jurídicos y mediáticos percibimos las representaciones e imágenes que existen sobre las mujeres. A través de fragmentos de discursos vamos construyendo y legitimando vejaciones, violencias y sexismo. Por eso es crucial identificar esos discursos a fin de deconstruirlos y cuestionar perspectivas, modelos, estereotipos, mitos. Hay que desleer toda una historia centrada en el hombre (androcéntrica) y asumir las voces silenciadas, en diálogos, tensiones y rupturas de una determinada identidad impuesta desde afuera, en contextos culturales e históricos diversos.
Si nos detenemos a seguir las producciones periodísticas, es común encontrar, aún en la prensa no amarilla cierto estilo burlón para titular o desarrollar los temas relacionados con las mujeres incluyendo asuntos tan dramáticos como las denuncias de violación y otras formas de violencia.
Con frecuencia se recurre a la ironía, aparentemente para tomar distancia de un hecho serio, acentuándose si se trata de reivindicaciones de género. Otras veces, el recurso es la devolución o canalización de la problemática.
En los casos de noticias sobre violencia ejercida sobre mujeres, niñas y niños no se evitan estos recursos ni en los títulos ni en el cuerpo de la nota o crónica. Para narrar se escoge un vocabulario que tipifica a víctimas y victimarios. Y siempre la valoración social de las víctimas es negativa, apelando a los mitos circulantes. El sexismo se filtra entre los pliegues de las noticias, aún cuando exista la mejor intención de informar sobre cuestiones en que las mujeres son protagonistas, entendiendo por sexismo una actitud hacia una persona o grupo de personas en virtud de su sexo biológico. Para algunos estudiosos, el sexismo es ambivalente porque incluye aspectos positivas y negativas de la mujer. Otros lo consideran una actitud discriminatoria que incluye los aspectos negativos acerca de la condición femenina y la supremacía de lo masculino, a través de la invisibilización y la exclusión de la mujer.
Es importante dejar constancia que estos discursos son enunciados no sólo por varones sino por mujeres que han incorporado la ideología patriarcal a sus miradas de género.
En los fragmentos de los discursos sobre la mujer encontramos estas concepciones:

•Las mujeres son más débiles, inferiores a los hombres; lo que da legitimidad a la figura dominante masculina
•Las mujeres son inferiores a los varones en el mundo público, debiendo permanecer en el ámbito privado
•Las mujeres tienen un poder (el de la atracción sexual) que las hace peligrosas y manipuladoras.

Una de las maneras para aprender a detectar el sexismo es aplicar la regla de inversión, que consiste, simplemente en cambiar "mujer" por "varón", "esposa" por "marido", etc. y ver qué efectos origina. La regla de inversión es puede instrumentar en una situación existencial, a un texto escrito, a una conducta verbal. Si después de la inversión todo queda más o menos igual, puede asegurarse que no hay sexismo.
En ocasiones, la desigualdad radica en el "orden de las palabras", otras en el contenido semántico de los vocablos. La utilización del masculino como término genérico y válido para uno y otro sexo tiene, desde el punto de vista social, un efecto de exclusión, de reforzamiento de estereotipos, a partir de la pertenencia del castellano a las lenguas con género, categoría gramatical que afecta no sólo a la determinación de los nombres sino los artículos, adjetivos o participios en régimen de concordancia con el sustantivo.
Otra forma de discriminación en el lenguaje es la trivialización mediante términos que se usan para describir a las mujeres, negándose una existencia autónoma, por ejemplo, al adjudicarles títulos que las distinguen por su estado conyugal (señora/señorita). Son definidas, además, por su rol familiar, en tanto los varones son definidos por sus roles ocupacionales.
Adjetivaciones vinculadas a las mujeres tienden a conformar una connotación negativa por su uso en el tiempo. Por ejemplo: "qué mujer inteligente",
Asimismo, la imagen (fotografías, dibujos, ilustraciones) cobra mayor importancia en las comunicaciones masivas, colaborando en la consolidación de estereotipos porque como agentes de socialización, es indudable que los medios crean, modelizan y legimitan (o deslegitiman) subjetividades, junto o contra la familia, la escuela, las iglesias y otras instituciones.
Y en cuanto a los contenidos de los medios, las informaciones relativas a los intereses de las mujeres está visto que no encuentran lugar en las páginas destinadas a Información general de un periódico, sino generalmente en aquellos espacios o secciones específicas "para la mujer", encarado de un modo liviano, superficial, light.

No hay comentarios:

Publicar un comentario