viernes, 5 de junio de 2009

Museo de Farmacobotánica: "Dr. Juan A. Domínguez"

HISTORIA, INVESTIGACIÓN, CIENCIA
por Marcelo Speranza

In memoriam del Profesor Doctor José Laureano Amorín

Durante casi tres horas, este cronista dialogó en 1998 con el director del Museo de Farmacobotánica, Prof. Dr. José Laureano Amorín, en su despacho del primer piso de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires y recorriendo los silenciosos salones que componen el complejo.
Fundado el 29 de abril de 1900 por el Dr. Juan A. Domínguez como Museo de Farmacología, funcionaba en lo que es hoy la Facultad de Ciencias Económicas, en la Av. Córdoba y Junín.
Entre los valiosos objetos atesorados, guarda una versión bilingüe (griego y latín) de la Materia Médica, de Dioscórides del año 1549, el archivo personal del sabio del siglo XIX, Aimé Bonpland y un herbario de aproximadamente 800.000 ejemplares.
Esta nota apenas refleja una historia de casi un siglo, con nombres de precursores, colecciones, publicaciones, anécdotas, vitrinas, herberotecas, retratos y materiales, síntesis de vidas, trabajos y experiencias al servicio de la ciencia.
A continuación, reproducimos, a modo de homenaje al eminente académico, la nota completa que realizamos para la publicación NUESTRA FARMACIA.

Bertrand Russell decía que la historia de los hombres constituye la dimensión del Universo. De un museo, al igual que la Biblioteca de Babel borgeana, también se puede decir que contiene todo el universo. A medida que vamos transitando por las salas, aparece una nueva y otra y otra. Pero eso es después de escuchar al Dr. Amorín, de quien requerimos sus conocimientos.
José Laureano Amorín entretiene y trasmite entusiasmo aún cuando se refiera a temas tan serios como el legado del Dr. Juan A. Domínguez, los manuscritos de Bonpland, consultados por investigadores nacionales y del exterior, los efectos del curare con el que algunas tribus americanas envenenaban los dardos de la cerbatana o las trepanaciones de cráneo practicadas por los incas con el tumi.
Decenas de anécdotas y datos históricos para proporcionar a quien quiera escucharlo, algunos del acervo de la historia de las ciencia y otros de la historia social de los argentinos, sin dejar de mencionar sus contribuciones al desarrollo de la Farmacia y a la Botánica, son la comprobación cierta de estar en presencia de uno de los grandes maestros.

EL ORIGEN

“El creador del Museo fue el eminente profesor argentino, farmacéutico y doctor en farmacia honoris causa, Juan Aníbal Domínguez. Cuando funda el Museo lo hace en base a libros que eran personales que donó y algo similar ocurrió con el herbario de 1836, con ejemplares determinados por los eminentes botánico Kurtz y Stuckert. El había recorrido valles, quebradas, muchos lugares del país, sobre todo de la región central. Esto fue la base de lo que hoy es el Museo, que funcionaba en la Facultad de Ciencias Médicas, en la avenida Córdoba. Tuvo un respaldo inicial de dos políticos: un diputado que durante el gobierno de Saenz Peña sería ministro de Agricultura y que era profesor de la cátedra de Botánica de la Escuela de Farmacia: me refiero a el Dr. Adolfo Mugica, quien murió muy joven, en 1922, -abuelo del sacerdote Carlos Mugica- y a Julio A. Roca, que le dio el respaldo que necesitaba Domínguez y que en reconocimiento de ello, años más tarde este museo llevará el nombre de Roca, como se puede ver en alguna de las placas”.

JUAN ANÍBAL DOMÍNGUEZ, PRECURSOR

“Domínguez era un hombre de una extraordinaria capacidad. El propia Houssay lo recordaba porque siendo jóvenes ambos (Houssay hizo las dos carreras -Farmacia y Medicina- y fue discípulo de Domínguez) de una manera afectuosa y respetuosa. Otro aspecto del Dr. Domínguez -yo estuve vinculado con su primogénito y conozco algunos aspectos personales- por ejemplo, es que no se le conocía antepasado ni español ni indígena.
Todos criollos. Pero él sostenía de que por sus venas corría sangre ancestral indígena en sus no desmentidos rasgos fisonómicos. Y efectivamente, en la antesala, si observa el dibujo a lápiz de su rostro, esto se nota. Toda su vida estuvo relacionada con lo indígena. El fue autor de “Contribución a la Materia Médica Americana” de 1928, laureado con el Primer Premio Nacional de Ciencias, con prólogo de Houssay y de Ricardo Rojas. El Dr. Domínguez fue presidente de la Comisión Honoraria de las Reducciones Indígenas en la década del ‘30 y entre las cosas que hizo sacó de los esteros del Pilcomayo a aborígenes pilagás y formó colonias, sin alejarlos de su hábitat, porque eso podía ser traumático, y los incitó a cosechar el algodón, llegando a obtener uno de los mejores algodones del país en aquellos años. También creó escuelas donde iban los indiecitos que luego trasmitían los conocimientos a sus padres. Aquí tenemos muchas publicaciones de Domínguez dedicadas a costumbres aborígenes. Yo no llegué a tratarlo, era muy jovencito, pero lo vi y quedó como una impronta aquella imagen que recogí de él. Más tarde leería su obra completa y tal vez eso hizo que naciera en mi persona un acentuado amor hacia el aborígen”.

Juan Aníbal Domínguez falleció el 18 de octubre de 1946 mientras era director honorario del Museo que había creado. Se había retirado de la cátedra de Fitoquímica unos años atrás, de la que también fue fundador. Allí lo sucedió uno de los maestros del Dr. Amorín y principal colaborador del Dr. Domínguez, el Dr. José F. Molfino.

PASADO Y PRESENTE

“La facultad ya prácticamente había trasladado todo a este nuevo edificio de Junín y Paraguay, pero el museo se traslada después del fallecimiento del Dr. Domínguez. Eso fue en 1947. Este museo para los chicos no es aprovechable y puede resultarles monótono, fuera de la sección de zoología. Este museo tiene un gran herbario, uno de los más importantes del país. Históricamente el más importante”.
No obstante -aclara el profesor Amorín- en la actualidad hay varios herbarios que son tan o más importantes y pone como ejemplos al “Miguel Lillo”, de Tucumán o el de la Facultad de Agronomía de la UBA.
“Este herbario es muy consultado por los investigadores. Nos piden ejemplares en préstamo desde el extranjero. Esto, aunque no intervienen abogados, es una especie de código internacional donde se tiene en cuenta la responsabilidad del que solicita estos ejemplares”.
“A Domínguez lo fascinaba la Materia Médica Aborígen Americana. Yo, en estos momentos a años-luz del Dr. Domínguez, retomé un poco este tema en algunas de las charlas, que denominé Materia Médica Aborígen Americana Comparada. El poder intuitivo de los aborígenes se anticipó en siglos a lo que después sería comprobado científicamente”.

Recorremos guiados por el Dr. Amorín, las distintas salas, que aún conservan en el vidrio de sus puertas dobles, viejos nombres de científicos, investigadores y precursores, tales como Cristóbal M. Hicken y el mismo Juan A. Domínguez, una manera que tenía el Dr. José F. Molfino de rendir homenaje a aquellos que mostraron un camino en las ciencias. Mientras nos muestra los piezas y frascos, describe y relata con una asombrosa memoria la historia y los detalles que rodean a cada uno de los objetos.
”En aquella vitrina están las quinas, una de las drogas más maravillosas que tuvo la humanidad y que es americana, del Alto Perú. La conocían como yara”, apunta.
Más allá, la mítica mandrágora, único ejemplar que existe en la Argentina, duerme encapsulada en un frasco cilíndrico. Floripondios cuyo concentrado provocan sopor, brillan bajo los cristales. Fueron utilizados en crueles rituales indígenas.
El Museo es un organismo vivo, organizado en secciones con áreas independientes entre sí: antesala, biblioteca, salas con libros y revistas, vitrinas y armarios que guardan piezas de Paleoantropología, hongos medicinales tóxicos y dos imponentes salones donde se hallan el Herbario -conocido con la sigla BAF según la nomenclatura de la International Association for Plant Taxonomy (IAPT)- y colecciones xilológicas, carpológicas, de la materia médica, figuradas, zoológicas y mineralógicas.


EL ARCHIVO PERSONAL DE AIME BONPLAND

Aimé (pronúnciese emé o el castellanizado Amado) Bonpland fue un personaje de leyenda. Dominaba todas las ciencias y en él convergían, como en el hombre del Renacimiento, el astrónomo, el fisiólogo, el médico, el químico, el físico, el geólogo, el paleontólogo, el zoólogo, el geógrafo, el mineralogista y el botánico.
Su encuentro con el erudito alemán Alexander von Humbolt fue uno de los más enriquecedores que conoce la historia de las ciencias.

“Entre los objetos del museo que se destacan, se fue incrementando con los años la Biblioteca. Tenemos un archivo muy importante desde el punto de vista histórico, que es el de Aimé Bonpland, sabio naturalista francés, del que siempre digo que es gálico-argentino. Bonpland viene con Humbolt -se están cumpliendo los 200 años del viaje de Humbolt a América- y trabajan juntos en el Alto Perú. Bonpland regresa a su país, tiene el apoyo de Josefina, la esposa de Napoleón Bonaparte. No le van bien las cosas y vuelve a América. Viene a la Argentina, se dirige al norte, viaja, hace recolecciones, entra al Paraguay y el dictador Gaspar Rodríguez de Francia lo hace prisionero. Le permite trabajar. Años más tarde vuelve a Corrientes y se introduce en las luchas políticas que asolaban al país, siempre próximo a la causa unitaria y es así como peligró su vida después del derrocamiento de Berón de Astrada a manos de Pascual Echagüe. La mayoría de los prisioneros fueron pasados a degüello. Pero Bonpland se salvó. Lo salvó el dictador Juan Manuel de Rosas porque la cuñada de Rosas, Josefa Ezcurra, intercedió ante el dictador y este accedió. No obstante sigue: estuvo cerca del ejercito de Urquiza, trató de curar la disentería mediante drogas vegetales argentinas y en 1858 después de una vida muy intensa -también tuvo descendencia en el país- muere. Cincuenta años más tarde, Pompeyo Bonpland, un nieto de Aimé Bonpland que estudiaba medicina, donó los escritos de su abuelo conocidos como Archivo Bonpland al Dr. Domínguez, que en estos momentos estamos catalogando. Hemos comprado un mueble nuevo para este archivo. Hasta ahora lo guardábamos en una caja de hierro. No hay trabajo sobre Bonpland del que no sea consultado este archivo. Los manuscritos están francés. Tenemos un óleo con el retrato de Aimé Bonpland en la biblioteca del Museo, próximo al de su compañero de viaje Humbolt”.

LA BIBLIOTECA DE LOS INCUNABLES

“A esta vitrina yo le llamo la biblioteca de los incunables, el nombre que se le da a aquellos impresos cuando se inventó la imprenta. Prácticamente todos los ejemplares fueron donados por el Dr. Domínguez y sus descendientes. Aquí se encuentra el Dioscórides, de 1549, en su tercera versión. Dioscórides fue un médico griego que acompañó las legiones de Nerón en el siglo I de nuestra era. Después de un largo recorrido describe alrededor de 550 drogas, mayoritariamente de origen vegetal, aunque contempla algunas de origen animal y mineral. La primera versión es de 1490 aproximadamente. La creación de la imprenta de mediados de 1400. Esta es una de las primeras obras que se imprime y se la llama “La materia médica”. Es una obra que estuvo vigente 1500 años, en el mundo árabe y en el mundo europeo. Tuvo gran difusión a través de los copistas. Pero algo que debe llamar la atención es que cuando los europeos llegan a América se encuentran con que los jardines botánicos europeos no eran más antiguos que los americanos. Había jardines botánicos en México que eran anteriores a los de Pisa. Los aborígenes conocían más de 3000 drogas, en su mayoría de origen vegetal. Tenemos también aquí algunos clásicos como el Avicena, que según un experto extraordinario como el Dr. Pagés Larraya, es el único ejemplar existente en la República Argentina. Hay también numerosa correspondencia entre el Dr. Houssay y el Dr. Juan A. Domínguez. Este es un museo múltiple, de amplio espectro”, dice con orgullo Amorín.

En la biblioteca general, que es también sala de lectores, se dictan cursos a nivel superior. Conserva la colección completa de la “Revista Farmacéutica”, cuyo primer número es de octubre de 1858, editada por la Sociedad Farmacéutica Bonaerense, después Sociedad Nacional de Farmacia, luego Asociación Farmacéutica y Bioquímica Argentina. Más tarde se convirtió en Academia de Farmacia y Bioquímica y finalmente, en Academia Nacional de Farmacia y Bioquímica.

LOS NOMBRES DEL MUSEO

A lo largo de su centenaria historia, el Museo fue bautizado con distintos nombres: Museo de Farmacología, Instituto de Botánica y Farmacología “Julio A. Roca” (1918-1968), Museo de Botánica “Juan A. Domínguez”(desde el 29 de marzo de 1968) y Museo de Farmacobotánica (desde el 11 de julio de 1989 hasta el presente)

EL HERBARIO

“Acá hubo gente que trabajó mucho. Antes le mencioné a José F. Molfino. Entre otros colaboradores se destacaron Eugenio Autran. Está el herbario de Domingo Parodi, científico italiano, el primer doctor en farmacia, el segundo es Puiggari. Domingo Parodi nació en Italia, llegó de chico a Montevideo, estuvo en Paraguay y en la Argentina. Fue uno de los primeros que publicó en la Revista Farmacéutica. También están los herbarios de los dos primeros botánicos científicos que vinieron al país: G. Lorentz y J. Hieronymus, alemanes. Lorentz murió en el país y sus restos están en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Hieronymus regresó a su país. Domínguez, en un viaje que hizo a Alemania tuvo oportunidad de conversar con Hieronymus, quien moriría por el ‘14 ó ‘15”.

El herbario general, los regionales argentinos y los colectores están contenidos en armarios de madera llamados herbarotecas y a su fundación concurrió primigeniamente el Herbario Domínguez (1836) a los que se sumaron los herbarios de B. Balanza, Gilbert, R. A. Philippi, Weisseck, Parodi, los mencionados de Lorentz y Hieronymus, Hassler, Galander, Kurtz, Venturi, Caro, todos ellos y otras colecciones de enorme valor histórico y científico. Fue ordenado por familia, según el método de Engler, y dentro de cada familia, por género, alfabéticamente.

¿QUÉ ES UN HERBARIO ?

Existen tres acepciones del termino “herbario”: 1) colección de plantas muertas, disecadas y aplastadas 2) las instituciones que los albergan -como los del Museo de Farmacobotánica o de la Facultad de Agronomía- 3) antiguos textos botánicos, por ejemplo, el Herbario del Pseudo-Apuleio o la Materia Médica Misionera (circa 1700), entre otros.

EL PORQUE DE LOS HERBARIOS

Los antiguos distinguían entre el hortus mortuus (plantas muertas) y el hortus siccus (plantas disecadas y aplastadas) del hortus hiemalis (jardín botánico).
La ventaja en función de la investigación científica de los herbarios (h. mortuus y h. siccus) sobre los jardines botánicos es indudable. Sería imposible, desde el punto de vista biológico -sin contar el económico- mantener vivas en único predio a centenares de miles de especies, de hábitats distintos. En ese sentido, podría decirse que un herbario es un inventario exhaustivo de plantas.

HISTORIA DE LOS HERBARIOS

La práctica de guardar vegetales disecados (primera acepción) se inició en los tiempos del médico y herbalista Luca Ghini (1490-1556), de Pisa, del que no sobreviven ejemplares. Sí, en cambio, perdura el herbario de su discípulo Ulisse Aldrovandi, con 5000 plantas y la peculiaridad de estar encuadernado, modalidad que fue desechada por impráctica. La comunidad científica considera al herbario de Aldrovandi (1522-1605) el primer herbario institucional conocido (segunda acepción), perteneciente al Museum rerum naturalium de Bologna, Italia. Los primeros conquistadores de América no tardarán en asombrarse por la riqueza de plantas con propiedades medicinales y hacia el siglo XVI se hace una de las mejores descripciones de las nuevas plantas, el Codex Badianus, herbario ilustrado (tercera acepción), titulado: “Un pequeño libro sobre las hierbas medicinales indianas” (1522), con la descripción y el empleo de 250 plantas, de las cuales 185 están representadas en colores.

LA IMPORTANCIA DE LA HERBORIZACION

Los ejemplares de herbario, constituidos por plantas muertas son conocidos por exsiccata. Para ello los ejemplares son disecados; individualizados (etiquetados); preservados (desinsectados y/o envenenados); identificados (determinados o sea, ubicados en una posición sistemática definida -taxón-) o si ello no fuera posible, clasificados; montados sobre cartulina y localizados dentro del herbario. Así se conservan por siglos a los efectos de repetir los estudios científicos no destructivos y operan como material testigo o de referencia. Un capítulo fundamental de este proceso está relacionado con la Nomenclatura y la Sistemática Vegetal y pasa por el etiquetado, es decir, la asignación de un número a un ejemplar representativo de un taxón, a partir de un lugar físico y en una fecha determinada. Entre otras condiciones, los ejemplares deberán ser morfológicamente completos, con flores o frutos del vegetal o esporangios en el caso de los que se reproducen por esporas. Los ejemplares determinados por especialistas de renombre (el caso de los herbarios de Juan A. Domínguez, G. Lorentz y J. Hieronymus) se convierten en piezas valiosas del herbario institucional.

AMORIN Y LA FARMACOBOTANICA

El concepto de Farmacobotánica fue introducido por el Dr. José Laureano Amorín el 2 de enero de 1966, siendo presidente de la República, el Dr. Arturo Illia y ministro de Salud Pública, el Dr. Arturo Oñativia.

“Yo llegué a ser uno de los preferidos de ese gran ministro, quien me respaldó. La primera vez que apareció la Farmacobotánica fue en el Instituto Nacional de Farmacología y Bromatología creado por ley en 1964. Estaba en el artículo 14 de la Ley de Medicamentos. El departamento de Farmacobotánica estaba a mi cargo. El Instituto lo dirigía un recordado y querido maestro el Dr. Santiago Celchi. La cátedra con el mismo nombre vino después. Fui quien le dió el nombre a esta disciplina”.

Desde el punto de vista epistemológico, la Farmacobotánica es una ciencia autónoma, mientras que la práctica científica Farmacobotánica es parte de un conjunto mayor, la Farmacognosia, dado que ésta excluye explícitamente a las drogas que no posean origen vegetal


Breve semblanza de Jose L. Amorín

“Tuve grandes proposiciones
y grandes renunciamientos en la vida”

Con casi 80 años, tres hijos y siete nietos, el maestro confiesa que su padre fue “un gallego semianalfabeto que vino huyendo de un régimen discriminatorio y de la guerra.”
“El barrió el piso en la cátedra a donde yo llegaría a ser profesor”, lanza como una saeta.
Nació -nos cuenta- en un inquilinato en Arenales, entre Ayacucho y Junín, en 1918.
“Todavía quedaba algo de la vieja aldea”, acota con nostalgia.
Su infancia trascurrió en La Paternal, cerca de Av. San Martín y Tres Arroyos.
“Barrio reo -declara- y no tengo reparo en decir que fui muy reo”. Según sus propias palabras: “reo, muy rebelde e muy indisciplinado y de joven milonguero y amante del tango”.
Ingresó a la Facultad de Farmacia y Bioquímica en 1940 y tuvo como compañeros a los futuros legisladores nacionales Rodríguez Vigil (PJ) y Luis A. León (UCR).
Se recibió de farmacéutico en 1944 y luego de bioquímico.
Es doctor en Bioquímica y Farmacia. Su tesis doctoral versó sobre una mirtácea argentina, la nacahuita, utilizada en la terapéutica de vías respiratorias.
Con más de 150 conferencias dictadas, el erudito es miembro titular de la Academia Nacional de Farmacia y Bioquímica, consultor internacional, redactor de la VI edición de la Farmacopea nacional, autor de una guía (“La guía taxonómica”) y de dos libros: “Plantas de la flora argentina relacionadas con alucinógenos americanos” y “Los precursores en la farmacobotánica argentina”.
En la lista de precursores el Dr. Amorín coloca a aquellos que, aunque no se desempeñaran en la cátedra de Botánica, cumplieron un papel relevante en el despegue de la disciplina. El trabajo abarca desde 1800 -la época del protomedicato del Virreynato- y allí menciona a Miguel O’Gorman, Favré, Argerich, Bonpland como antecesores remotos. Y más acá en el tiempo a Domingo Parodi; Miguel Puiggari y sus discípulos Pedro N. Arata -farmacéutico y médico- y primer decano de la Facultad de Agronomía y Tomás L. Perón, médico, abuelo del presidente homónimo.
Menciona un ‘exilio’ de 25 años a partir de 1961, donde pasa a desempeñarse en la Facultad de Agronomía de la UNLP en reemplazo del Ing. Dimitri, en el cátedra de Botánica.
“Allá -recuerda- tenía jardín botánico, arboreto, toda la naturaleza. Y por encima de esto, el último de mis grandes maestros que fue el Ing. Milan J. Dimitri”.
Es en ese tiempo del ‘exilio’ que funda la Farmacobotánica en el área de Salud Pública, que entonces era el Instituto Nacional de Farmacología, antecedente del Instituto Nacional del Medicamento (INAME).
En 1986 estando acéfalo el Museo, la entonces decana Janina Pasquini, quien había sido su alumna lo invitó a hacerse cargo de la dirección. Fue designado por el Consejo Directivo de la Facultad. “Prácticamente vivo acá. Le tengo fastidio a la jubilación”, asevera.
A manera de balance vital reconoce que ha sido un hombre que ha tenido grandes ofrecimientos y grandes renunciamientos, que ha estado preso en varias ocasiones por razones políticas, definiéndose como “librepensador y de espíritu libertario”, si bien es afiliado a la Unión Cívica Radical.


LOS COLABORADORES

Entre los que acompañan al Prof. Dr. José L. Amorío se encuentra el Dr. Marcelo L. Wagner, subdirector del museo -quien se encuentra abocado a la investigación en el laboratorio que la institución posee-; el curador del herbario, ingeniero Gustavo C. Giberti, investigador científico del CONICET; el Dr. Jorge R. Alonso -”el que más conoce sobre yerba mate”; la Dra. Liliana Maetakeda, eficaz colaboradora, también investigadora del CONICET y la estudiante de Farmacia Sol Shmidl, dedicada a la conservación del archivo Bonpland.
El Museo no tiene bibliotecario, a pesar de que la cantidad de libros se incrementan con valiosas donaciones que pertenecieron, entre otros, al Dr. Astrada y al Dr. Amorín, además de la mencionada colección bibliográfica de Juan A. Domínguez.
La institución publica la revista “Dominguezia”, ideada por el Dr. Caro, antecesor del Dr. Amorín en la dirección del Museo. Aparece desde 1978.

Fuentes: Dominguezia - Vol. 14 / Farmacia Profesional - agosto 1993-

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