viernes, 5 de junio de 2009

Una historia de Vida

EL TESTIMONIO DE VIDA DE UNA VECINA DE FLORES

Susana Ballesteros Barros nació en Almafuerte, sur de Córdoba el 24 de agosto de 1922. Al borde de los 87 años, actualmente vive en el Barrio Simón Bolívar junto “a sus recuerdos y fantasmas”. A partir del testimonio de aspectos de su vida, tratamos de reconstruir los acontecimientos que fueron constituyendo su identidad.

La familia

“Mis padres fueron Emilio Ballesteros Barros, ingeniero agrónomo y Luisa Pellegrini Gómez, docente, directora de la escuela primaria. Ellos eran porteños. Mi papá era descendiente de Domingo Matheu, uno de los vocales de la Primera Junta y de José Barros Pazos, presidente de la Corte Suprema de Justicia en la época de Sarmiento, de quien era adversario. Mi tío político, Pedro Molina, fue el fundador de Almafuerte, creador de la escuela cercana al pueblo y de otras instituciones. Entonces cuando se casaron –mamá tenía 17 años- ellos se fueron a Almafuerte.
Mi papá fue administrador de las tierras de Molina y mi mamá, directora de la primaria, desde los 20 años hasta su jubilación, a los 60 años, creo.
Mamá era miembro de la Acción Católica, llegó a ser secretaria de la organización en Córdoba. Era antiperonista, conservadora, no había adoptado ninguna costumbre provinciana, al igual que mi padre. Pero no discriminaban a nadie por su condición social.
Es más, recuerdo que mi padre era muy querido por los peones, porque los trataba con un gran respeto. Este es otro de los valores que me educaron.
De mi padre, que luego fue funcionario de Agua y Energía, guardo admiración por su decencia, valor que escasea. De mi madre, que enviudó joven, a los 40 años, con 8 hijos, el recuerdo como una luchadora. La relación con mi padre era muy afectuosa. Con mi madre, más distante, tal vez por la personalidad de ella.
Teníamos relación con una parte de la familia que había quedado en Córdoba. Otra parte vivía en Buenos Aires, pero con ellos no teníamos una buena relación”.

La niñez

“Vivíamos en una estancia junto a mis padres y éramos 8 hermanos: 5 mujeres y 3 varones.
Los nombro por edad: Ventura Nelly (“Pora”), Julia Elena (“Gringa”), Pedro Emilio, yo (“Tana”), José Luis (“Tata”), Marta (“Negrita”), Elsa Mercedes y Miguel Angel (“Bocha”), que murió atropellado cuando tenía 22 años y se estaba por recibir de médico.
Mi niñez fue muy cuidada. Fuimos criadas para un mundo ideal, como niños bien, Teníamos niñera, cocinera, mucama. Luego, con la muerte de mi padre, desapareció todo.
Nuestro mundo era sencillo, además de estudiar, jugábamos con bicicletas (había tres para todos), hamaca de red, trapecio, tobogán, escalera y teníamos una pileta, que en origen era decorativa, con dos metros de profundidad, que después la utilizamos para jugar y nos pasábamos horas en ella.
Otro lugar que nos gustaba era el que llamábamos “La Cascada”, del que salía un canal que proveía de agua a la estancia. También nos gustaba cabalgar y jugar con los hijos del personal de la estancia. Ese, además de la escuela, era el único contacto con otros chicos. Con mis hermanos peleábamos mucho. A la hora de la siesta no dejaban salir, porque sabían que nos íbamos a la pileta. Igual nos escapábamos.
Mis padres controlaban mucho el lenguaje. A mamá nunca la escuché decir una “mala palabra”. Papá se permitía decir “mierda”. Pero nosotros teníamos desterradas las “malas palabras”. Otra cosa que se cuidaba muchísimo en casa eran los modales, sobre todo el comportamiento en la mesa”.

El paisaje

“La estancia estaba cerca del pueblo, pero había que llegar con sulky o con automóvil. Teníamos agua corriente, luz eléctrica, teléfono a manivela con el que nos comunicábamos con una operadora. Recuerdo árboles y cuatro molinos de viento”.

La escuela

“Íbamos a la escuela donde mamá era directora. No había celadores ni preceptores y la maestra era toda una “institución”. A los chicos que no eran católicos el maestro de religión no los obligaba a quedarse en clase. Hice parte de la primaria en esa escuela pública provincial y otra parte en un colegio de monjas, las Esclavas en la ciudad de Córdoba, donde mis hermanas eran pupilas, pero yo no. Tuve también maestro particular cuando tenía 14 o 15 años. La educación en las escuelas públicas provinciales era muy buena. En mi caso, digo que la educación no nos sirvió para nada porque no nos puso en la realidad de la vida”.

La adolescencia y juventud

“Mis padres tenían un gran control sobre las amistades. Con mis hermanas íbamos al cine General Paz en la ciudad de Córdoba, porque en Almafuerte no había salas y a la confitería Oriental. Siempre fui muy lectora: leía Los Principios, un diario cordobés de orientación católica y La Nación. Escuchaba música de radio de la Universidad de La Plata y de la BBC de Londres en castellano. En casa teníamos una radio-capilla marca Harmann, alemana. No recuerdo haber escuchado ninguna radio de Córdoba. También en casa había un fonógrafo, después recuerdo que trajeron una victrola de España y un piano, que toqué hasta los 16 años.
Cuando murió papá llevamos 6 meses de luto riguroso: medias negras, zapatos negros, saco negro, pollera negra, siempre con sombrero, guantes y cartera. Había un mandato social muy fuerte. Pero más allá del luto, siempre salíamos con sombrero. No era bien visto que las chicas de nuestra condición social anduviéramos sin sombrero y sin la compañía de nuestras hermanas mayores”.

Las fiestas

“Celebramos las fiestas patronales y por supuesto, la Pascua, la Navidad, Reyes. También tenían un carácter muy especial las fiestas escolares. El árbol de Navidad no existía, había una preparación del pesebre y recibíamos regalos en Navidad, Año Nuevo y Reyes, además del cumpleaños. Para fin de año, recuerdo que se encendían unos globos gigantes que después se los dejaba ir. Mamá era muy practicante, pero sus hijos no”.

La ciudad de Buenos Aires, el peronismo, el matrimonio.

“En la época de Perón vine a vivir a la Capital, poco antes de casarme ingresé a trabajar en la Secretaría de Salud Pública, División Farmacia, en un edificio que inauguramos, ubicado en Paseo Colón y Belgrano. Entonces estaba el Dr. Ramón Carrillo, como secretario y después ministro de Salud. Trabajé 4 años y medio, 1 año y medio en Córdoba, adonde había pedido el pase. Mi esposo me pidió que dejara el trabajo. El falleció en julio del año pasado. Se llamaba Julio Francisco Lanzavecchia y tenía junto a su hermano y su madre, una fundición de hierro y bronce. Nos casamos y tuvimos dos hijas: Susana y Beatriz.
En esa época, antes que Perón los estatizara, los ingleses manejaban los ferrocarriles a la perfección. Había limpieza, seguridad, puntualidad. Todo empezó a cambiar en la época de Perón. Yo conocí a Evita, quien no me dejó una buena impresión. Igualmente, como trabajaba en el Estado y tenía a mis hermanos trabajando en dependencias oficiales, me afilié al Partido Justicialista Femenino.
En ese momento leíamos La Prensa y a veces el periódico Cabildo. Con mi esposo íbamos a escuchar zarzuela y óperas en el Parque Centenario, donde había un anfiteatro. También frecuentábamos el Club Arquitectura (Beiró y Constituyentes) y Ferro Carril Oeste, donde Julio jugaba al tenis y presentaban espectáculos folklóricos. No íbamos a bailara locales, nos reuníamos en casas de familia”.
Valores, roles, identidad

“Nunca participé en ningún tipo de organización eclesial, ni política, ni gremial ni social. Estuve siempre a favor del voto femenino y fui educada con bastante independencia. En mi familia nunca se nos inculcó que la mujer debía ocuparse de la casa y el hombre del trabajo. En ese sentido no hubo un mandato familiar. Yo recuerdo a mi madre, yendo a trabajar, manejando su auto, con un cochecito de bebé y una niñera. Y cuando podía llevaba a otros chicos que no eran de la familia.
Los valores más importantes que me trasmitieron mis padres fueron: la decencia y el respeto hacia todos, cualquiera fuese su condición social y económica.
Me han formado así: conservadora, antiperonista, antirosista. Rosas expropió los terrenos que los Matheu tenían sobre las barrancas de Belgrano. No soporto a los piqueteros, a las Madres de Plaza de Mayo, el desorden, el corte de calles, la mala educación”.

LO SOCIAL Y LO CULTURAL
EN LA FORMACIÓN DE LAS IDENTIDADES DE UN SUJETO

En el testimonio de vida de Susana Ballesteros encontramos varias prácticas socioculturales (PSC) que corresponden a otra época, a otros paradigmas.
Indudablemente ella fue educada en la escuela sarmientina, donde la palabra y la figura del maestro ocupaban un sitial en lo alto del Olimpo áulico criollo.
Las prácticas cotidianas de la época del 30 (niñez del sujeto analizado) estaban exclusivamente centradas en la escuela, por eso la asociación de niño con escolar. En el caso de ella, esto fue así, pero con leves matices.
Sin lugar a dudas, el lenguaje exento de “malas palabras”, el temor reverencial a las autoridades de la escuela, son hoy prácticas arcaicas en el sujeto escolar.
No obstante, subsisten como prácticas residuales la consideración de la ejemplaridad del docente, la ritualidad de la polifonía de voces en los actos escolares, los rituales de uso de objetos como el pizarrón, la tiza, el cuaderno y algunos de los útiles, la obligatoriedad de la concurrencia –por lo menos en los papeles-, la compartimentación de los espacios, la noción de orden y disciplina, el control mediante la observación de los gestos, entre otras.
Si bien su madre trabajaba gran parte del día en la escuela, no vivía en un barrio sino en una estancia, la extensión del patio de la estancia, era…. otro campo. Y si sus objetos cotidianos eran sencillos y la infancia era valorada como lugar de inocencia, quedaba a cargo junto a sus hermanos y bajo la tutela de empleadas, de las tareas de la casa y el afuera era un lugar de desconfianza. Es que Susana se encontraba a medio camino entre la cultura urbana y la rural en la tercera década del siglo pasado, donde las redes físicas como el ferrocarril eran valoradas como medios de comunicación, aún cuando fueran medios de transporte.
A mi entender, la teoría comunicacional implicada en este modelo de infante como escolar es la Teoría de la Aguja Hipodérmica (“Bullet theory”), cuya palabra clave es “manipulación”.
La postura sostenida por este modelo, se puede sintetizar con la afirmación de cada miembro del público de masas recibe el mensaje que les llega en firma directa. A esta teoría también se le llama también del balazo, porque cada miembro del público es “atacado” por el mensaje. Históricamente, la teoría coincide con el peligro de las dos guerras mundiales y con la difusión de gran escala de las comunicaciones masivas. Este modelo representa las primeras reacciones suscitadas entre los diferentes contextos y entornos sociales. Es más que un modelo sobre la comunicación, una teoría de y sobre la propaganda, tema central de los media de esas décadas.
En esta teoría subyace la psicología conductista de la acción, cuyo objetivo es estudiar el comportamiento humano con los métodos del experimento y la observación, en relación con el organismo y ambiente al que pertenece. El par estímulo-respuesta es central en el conductismo. Los individuos son tomados como átomos aislados y carecen de tradiciones, reglas de comportamiento, líderes y estructura organizacional por lo que si son alcanzados por la propaganda pueden ser controlados, manipulados, etc.
Premisas: el aislamiento de cada individuo en la masa anónima, la debilidad de una audiencia indefensa y pasiva que se deriva en la disolución y fragmentación de la misma, omnipotencia de los medios. Concibe a la sociedad con relaciones interpersonales pobres y una relación social amorfa.
Otra de las prácticas socioculturales fue el trabajo. Susana trabajó pocos años (cuatro años y medio), en una época donde la seguridad social era un valor central dentro de la concepción filosófica y doctrinaria del primer justicialismo. Por lo tanto, conoció todos los beneficios del Estado benefactor: el trabajo en blanco, el respeto por las 8 horas de jornada laboral, el pago del aguinaldo, el aporte jubilatorio, la estabilidad.
Hoy, conocemos en forma directa o por mediaciones, que la mayoría de los puestos de trabajo que se crean son en negro, que las jornadas se extienden más de 8 horas, que la estabilidad laboral es relativa, a pesar de los esfuerzos de la gestión gubernamental por reconstituir parte de ese “viejo orden” más justo y humano para el trabajador.
También el hecho de ser interpelada por las concepciones propias de su clase social (media alta), de la cultura urbana de sus padres (que nunca incorporaron las tradiciones y rituales del medio provinciano donde vivieron largos años) y de los valores específicos de su familia, hicieron de ella un sujeto individual muy particular. En lo político, ha seguido los pasos que siguió cierta clase media y media alta: seguir las pautas de la clase alta.
El horizonte cultural del que desde siempre se nutrió, ya en los primeros años de su vida, la marcó en forma perdurable y le aportó los modos de significar muchas de sus creencias, comportamientos, actitudes, valores y sentidos compartidos.
Ella, a pesar de sus valoraciones de género, por cierto, avanzadas para una mujer de 84 años, no ha dejado de estar sujetada por su historia familiar y cultural. Ha heredado por vía materna mucho del habitus docente positivista y su discurso hegemónico (civilización vs. Barbarie) que ha constituido el modelo de ciudadano de fines del siglo XIX hasta los años ’50 del siglo XX. No es casual que Susana sitúe los ’50 como la época de ruptura de muchos de los valores en los que su estrato sociocultural (por no hablar de clase social) creía como universales. Para ella, como para miles de argentinos, la decadencia argentina tiene un comienzo y es la aparición del fenómeno peronista.
Con la emergencia del peronismo, adviene un nuevo paradigma que abarca lo escolar, el trabajo, los valores comunitarios, las prácticas socioculturales.
Hay nuevas mediaciones, amplificadas la cadena de radios del Estado y la irrupción de la televisión. Se imponen nuevos sentidos a los dominantes hasta aquel entonces. La clase trabajadora irrumpe en el escenario y pasa a ser protagonista central, mediada por los sindicatos y el Estado, de la vida política y económica del país.
Las prácticas comunicativas también cambian: en los barrios, la vecindad no sólo se comunica en el cara a cara, sino en los clubes de barrio, sociedades de fomento, unidades básicas (sin son simpatizantes del peronismo), sindicatos.
La expansión del uso de la radio a transistores se dispara, al igual que el acceso a las publicaciones periódicas. El viejo orden conservador es arrasado. Al igual que con la aparición del yrigoyenismo, la emergencia del peronismo tiene para Susana y los de su mismo estrato sociocultural, la estética de “lo aluvional”, portador de la “indecencia” y de “la masificación”. Adiós a las “buenas costumbres” de la clase “decente”, a la puntualidad de los ferrocarriles en manos de los “ingleses”, a los veraneos tranquilos en Mar del Plata ahora inundados de obreros gracias a los sindicatos, como prestadores de servicios sociales.
En cuanto a la teoría comunicacional que subyacía en el primer peronismo, quien esto suscribe piensa que podría ubicarse en el Modelo de Laswell, en tanto los medios masivos radiales y televisivos fueron manipulados.
Harold Laswell (politólogo), fue integrante de la universidad de Chicago y su principal obra de estudio son las técnicas de propaganda ("The Propaganda Technique in the World of War" 1927). Sus estudios se centraron principalmente en las estrategias y medios de esfuerzos utilizados, en donde define a la propaganda como el manejo de las actitudes colectivas mediante la manipulación de símbolos significativos. Subraya el gran papel desempeñado por los medios masivos de comunicación en la formación de la conciencia nacional y patriótica. Su estudio de la propaganda se centró en la comunicación, en el análisis de los procesos y de los efectos. La fórmula de Laswell postula que: “una forma apropiada para describir un acto de comunicación es responder a las siguientes preguntas:

¿Quién emisor
dice qué contenidos
a través de qué canal medios
a quién audiencia
con qué efecto? efecto

Si bien por un lado corrobora algunos de los postulados de la teoría hipodérmica, por otro amplía la visión del proceso comunicativo, proclamando la asimetría del modelo (emisor activo-receptor pasivo), la intencionalidad de la comunicación (finalidad: obtener un efecto observable y mensurable), la asepsia de los papeles de emisor y receptor, independientes de toda relación social, situacional, cultural en que se producen los procesos comunicativos.
Este esquema organizó la incipiente communication research en dos ejes centrales: el análisis de los efectos y el análisis de los contenidos y a la larga, el control de lo difundido por los emisores (control analyse).
No podemos dejar de agregar que la identidad individual de Susana Ballesteros se ha constituido en el marco de la interacción intrafamiliar, con la escuela, con el contexto semirural, con el trabajo y con la pertenencia al linaje de los fundadores de la Patria.
La identidad cultural, en tanto compartida, es la de la cultura enciclopedista y libresca, escolar, con saberes sin ligazón alguna con la vida laboral, social y política.
La identidad social de Susana se ha constituido desde el horizonte cultural de la generación del ’80 (el ciudadano), por un lado, y por otro, por su antagonismo con la “cultura masiva” del peronismo, de los movimientos políticos “socializantes”, de lo que considera “demagogia” y “plebeyismo”.
Es la construcción del Otro, a partir de su desconocimiento por prejuicios ideológicos o tal vez pre-ideológicos, a pesar de su desprecio por el racismo. Es un sujeto limitado en cuanto a la red de experiencias: ya dijimos que no participó nunca en organizaciones reinvindicativas de ninguna clase. Respecto del orden cultural dominante en su juventud su visión es totalmente acrítica.
Siguiendo la tipología de Alberto Melucci, se puede encuadrar la identidad de Susana Ballesteros Barros entre las llamadas identidades segregadas, esto es, cuando el actor se identifica y afirma su diferencia, independientemente de todo reconocimiento por parte de otros.
Si tuviera que ubicarla en el esquema conceptual de Margaret Mead, diría que una gran parte de su vida perteneció a la cultura configurativa, aquella en la que el modelo de vida lo constituye la conducta de sus contemporáneos, lo que implica que el comportamiento de los jóvenes podrá diferir en ciertos aspectos del de sus abuelos y padres.
Para terminar, la teoría comunicacional implícita en esta lectura personal de la constitución del sujeto y la identidad de Susana Ballesteros Barros está influenciada por el modelo comunicacional de los culturalistas, en especial el de Stuart Hall que consideraba a la comunicación como proceso en el que intervienen estructuras complejas de relaciones y el paradigma de las mediaciones culturales, que permite analizar el estallido de las identidades clásicas de clase, raza o género por una multiplicidad de hibridaciones.

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